noviembre 20, 2012

EU VS OBAMA

La elección presidencial en Estados Unidos está resuelta. No hay duda de que allá y aquí, dejamos atrás una etapa en el largo proceso que buscará enfrentar —con la debida seriedad— los problemas estructurales en ambos países y darles, a la brevedad, las soluciones que por siempre hemos pospuesto.


No pretendo reducir la importancia que para México tiene lo que en Estados Unidos vayan a hacer el presidente Obama y el nuevo Congreso ante los problemas estructurales que enfrentan; lo que quiero señalar, es que la parte fundamental de la solución de los problemas de nuestro país, radica en lo que hagamos nosotros.

Si revisáremos la experiencia acumulada en materia de cambios estructurales durante estos últimos 40 o 50 años en el mundo, tendríamos que reconocer que los procesos exitosos han dependido de lo que en cada país hayan aprobado sus congresos o parlamentos, en la decisión y conducta de su clase política y, una vez definidas las soluciones y medidas que hay que poner en práctica, todo se reduce a la voluntad del gobernante que debe hacerlas realidad.

No hay casos en los cuales un gobierno extranjero haya resuelto los problemas de otro país; cada uno ha debido —como decimos aquí—, “rascarse con sus propias uñas”. Esto, evidentemente, no deja de lado episodios coyunturales en los cuales un gobierno, ante la amenaza a su seguridad nacional por un conflicto económico o político en un país con el cual lo liga una fuerte interdependencia, haya prestado un apoyo temporal para que salga del problema pero, de ahí a que el país que lo apoya resuelva de manera definitiva los problemas estructurales del apoyado, media un abismo de diferencia.

Ante la victoria de Barack Obama y los problemas a los que debe enfrentarse, es una verdadera incógnita el porqué buena parte de nuestra clase política, echa hoy las campanas a vuelo por “lo bien que estamos”.

Las medidas que inevitablemente deberá poner en práctica el Gobierno de Estados Unidos y su Congreso, dejan ver ya consecuencias económicas no muy positivas para México en particular. Se requiere una gran dosis de ingenuidad pensar, que ante la gravedad de sus problemas, el precio a pagar será pequeño. Las palabras recientes de Alan Greenspan son claras y aleccionadoras.

Por si esto no bastare, ahí está Europa donde la situación en Grecia y España cada día va de mal en peor; ¿quiere más malas noticias? Añada el proceso de reacomodo que tendrá lugar en la República Popular China, y el licuado que resulta es altamente explosivo.

Luego entonces, ¿a qué viene tanto triunfalismo? ¿Acaso vamos a tomar en serio las palabras de quien incapaz durante seis años, pretende hoy con exageraciones e inauguraciones de obras inconclusas borrar —de un plumazo y dos o tres discursos plagados de cursilerías y autoelogios—, una administración de resultados lamentables y mediocres?

La realidad nos ha puesto en una posición, es cierto, envidiable; este resultado, deberíamos entenderlo, es producto de lo que hicimos desde la quiebra total del modelo en 1987. Las condiciones favorables —si las aprovecháremos debidamente—, serían el acumulado de cuatro gobiernos en un cuarto de siglo, no de lo hecho estos últimos seis años como pretende hacernos creer el que se va.

Obama deberá enfrentar e intentar resolver los problemas de su país; para eso fue reelegido. Aquí, la labor la debe encabezar Peña Nieto, no aquél. ¿Es tan difícil entender esto?

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