Las cosas allá afuera —no es que uno quiera jugarle al agorero del desastre pero es la verdad—, se complican cada día más; como diría el clásico: “Ya no es lo duro, sino lo tupido”.
Europa ha entrado en una espiral descendente de la cual, por más intentos que han hecho no han podido salir o al menos, detener su caída; las alternativas, al tiempo que se reduce su número aumenta su costo y las dificultades para ponerlas en práctica. Cada día hay un rechazo más airado y a punto de la violencia generalizada en no pocas ciudades europeas.
Cada día que pasa sin arreglo a la vista, y sin las mínimas esperanzas que harían que millones de desempleados aceptaren las obligadas reducciones en salario y beneficios con tal de obtener un trabajo con una mínima estabilidad, las cosas se ven como si nos estuviéremos internando en un callejón sin salida.
Fuera de Europa, las cosas no lucen mejor; las perspectivas para Estados Unidos después de la elección, no lucen mejor que en Europa. Anteayer, el doctor Carstens hizo un análisis objetivo de la situación en ese país y nos alertó de las consecuencias negativas que podría tener para México.
¿Ante esta situación que nadie en su sano juicio se atreve a negar, qué esperar para los países periféricos como el nuestro? ¿Es posible, ante una realidad que no deja espacio para el optimismo, afirmar que “ya estamos del otro lado” como algún historiador afirmó contagiado del triunfalismo calderoniano, sólo por haber emitido bonos a 100 años?
Al margen del país periférico que fuere, ningún político serio debería sentirse confiado ante lo que hoy vemos en Europa, Estados Unidos y la República Popular China.
La interdependencia y cooperación política que la globalidad ha generado, demuestra claramente que los problemas en éste o en aquél país tienen, más temprano que tarde, efectos negativos de diversa magnitud en los demás. Para decirlo claro, no hay país que en las condiciones actuales pueda afirmar, que está a salvo o “blindado” y mucho menos como afirmó el historiador, porque emitimos “bonos a 100 años”.
Sin embargo, por encima de la realidad, no falta el político que en vez de reconocer lo difícil de la situación, le juega “al vivo” y presume lo que no tiene o no ha hecho. Las más de las veces, cuando se está frente al que así actúa, lo que veríamos —de ir más allá de sus autoelogios—, es la mediocridad en la gobernación y escasos resultados dignos de ser presumidos.
Nuestra región —América Latina— salvo honrosísimas excepciones, cuenta con un ejército numeroso de políticos que gustan de inventarse logros y luego, sin recato alguno, presumirlos a los cuatro vientos y además, festejarlos. Poco importa que las obras que inaugura estén inconclusas; menos aún, que en no pocos casos “lo inaugurado” sea de puro relumbrón o hayan sido sobrevalorados sus costos; lo único que le interesa e importa al que se va, es “dejar para la historia constancia de su obra”.
Por ello, durante los últimos meses de su mandato, desatiende su labor al frente del gobierno y los dedica, prácticamente íntegros, a las rumbosas despedidas y a los no menos alegres festejos compartidos con quienes —agradecidos por los favores y apoyos recibidos—, goza las últimas mieles del poder. Mientras tanto, el país que se joda; él y los cercanos, ya se van.
¿Le suena familiar esto? ¿Encuentra aquí y ahora, algo parecido? ¿En serio, eso se da en México?
No hay comentarios:
Publicar un comentario