noviembre 20, 2012

ADIVINA ADIVINADOR

A estas alturas, es evidente para todos, que el sexenio de Enrique Peña Nieto será todo lo que usted guste, menos uno fácil. La razón estriba, obviamente, no tanto en la escasa capacidad de quienes son mencionados en “los mentideros políticos” con una frecuencia que preocupa, sino en la cantidad y la gravedad de los problemas que deberá enfrentar a partir de este 1 de diciembre.


Los problemas dignos de este nombre, no serán la conducta y el desempeño de dos o tres loquitos que merced a su cercanía con el que se va, alcanzaron posiciones de relevancia en el Senado de la República y la Cámara de Diputados; tampoco por la escasa capacidad de quienes desde tres dizque partidos, se opondrán a todo en ambas cámaras del Congreso; ellos, por ser de oposición, se opondrán a todo y tratarán de impedir su aprobación.

Menos aún lo serán, las molestias y dificultades que le heredará el que amparado en una promoción personal ofensiva y a un altísimo costo sufragado por el erario, intentó durante seis años —infructuosamente— crearse una imagen de gobernante “eficaz”, que encabezó a un grupo de “eficaces”.

Todo eso y mucho más, no serán los problemas más graves que deberán enfrentar Peña Nieto y su equipo más cercano de colaboradores; esto, cual mosquitos que están moleste y moleste, será resuelto con un manotazo. Los problemas reales y verdaderamente graves, serán los efectos negativos de una situación internacional que se agrava día a día para la cual, aún hoy, no se ve salida alguna.

El mundo, hoy en día, llegó al final de un ciclo cuyo arreglo de cooperación y entendimiento internacional fue diseñado, esencialmente, hace casi 70 años; las instituciones que hizo posibles —la Organización de Naciones Unidas y el Consejo de Seguridad, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial—, han probado estos últimos años su incapacidad y limitaciones para enfrentar problemas nuevos y proponer soluciones específicas.

Hace casi 70 años, tanto en lo político como en lo militar y económico, se presentaba una correlación de fuerzas en la arena internacional muy distinta a la que hoy tenemos en el mundo. Las “potencias” que dominaban la escena política por aquellos años, no tienen ya la fuerza de la que hacían gala y en algún caso, el país ya no existe y en otro, no existía en esos años.

La presencia y fuerza de Europa en los espacios de poder real, va en una espiral descendente y Rusia, enfrenta ya problemas internos que sólo los elevados ingresos por la venta de petróleo y gas le permiten sobrellevar. La República Popular China, gobernada por una gerontocracia que actúa como si fuere un conjunto de nuevos emperadores, enfrenta ya las presiones de las fuerzas del mercado, que ellos mismos debieron permitir para evitar la debacle. Mejor no le comento de Japón.

Para agravar las cosas, Estados Unidos enfrenta una profunda crisis (producto de problemas estructurales cuyos efectos, acumulados durante 30 años, se han hecho presentes); el destino alcanzó a su clase política que por muchos años decidió, no pagar el precio de enfrentarlos y resolverlos.

Los efectos negativos de toda esta situación —agravados por nuestro atraso estructural—, los enfrentará Peña Nieto. Ésos serían problemas reales, no las molestias menores que causen los incapaces que se colaren en el gabinete, y menos los que van a generar en el Congreso dos o tres loquitos.

Pronto lo verá usted.

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