septiembre 19, 2011

LA ESPERANZA TRICOLOR

Afirmar que México es una democracia significa, entre otras cosas, que el gobierno que hoy ocupa la titularidad del Ejecutivo federal y sus instituciones respetará escrupulosamente la Constitución y las leyes electorales y cumplirá con su obligación de organizar, para julio de 2012, un proceso confiable y transparente, capaz de producir como resultado un gobierno legítimo, aceptado por todas las fuerzas políticas, y con la credibilidad necesaria para alcanzar los acuerdos necesarios para contar con una mayoría legislativa funcional y conseguir que México pueda volver a avanzar. Para que esto ocurra, es ya indispensable que el titular del Ejecutivo federal comprometa y mantenga la más absoluta neutralidad con respecto al curso y al posible resultado del proceso. Esto incluye de manera señalada y urgente una declaración pública y sin ambigüedades en el sentido de que entregará pacífica e institucionalmente el poder a quien resulte triunfador en la jornada electoral de julio de 2012, sea cual sea su partido, sea cual sea su nombre. Se trata simplemente de cumplir con el juramento empeñado de respetar la Constitución y las leyes que de ella emanan y de respetar la voluntad de la nación.

Si esas condiciones se cumplen, todas las tendencias y condiciones indican que el más probable triunfador en las próximas elecciones presidenciales será Enrique Peña Nieto, quien hoy entrega el Gobierno del Estado de México al doctor Eruviel Ávila Villegas. Concluida esta responsabilidad, lo más probable es que transcurra poco tiempo antes de que el Partido Revolucionario Institucional designe y proclame a Enrique Peña Nieto como su candidato a la Presidencia de la República, tras los procesos estatutarios y métodos de legitimación idóneos para concretar lo que es ya, sin duda, parafraseando al Gabo García Márquez, la crónica de una candidatura anunciada. No porque en el PRI no haya otros militantes con méritos notables, que ya encontrarán tareas dignas de sus talentos en el formidable reto de reconstrucción de la concordia nacional y la gobernabilidad que se avecina. Sino porque en la política democrática mandan las mayorías, y las mayorías, de manera inequívoca, han expresado que quieren a Enrique Peña Nieto.

Aunque en política no hay nada escrito, más vale, por la paz y la estabilidad de México, que esta vez no haya sorpresas. Enrique Peña Nieto es la esperanza de millones de mexicanos. Sin duda lo sabe y le ha llegado la hora de asumir plenamente esa responsabilidad. Su primera tarea es no perder una elección que, a la luz de la mejor información disponible, tiene prácticamente ganada. Su segunda gran tarea es prepararse para no defraudar esa esperanza. Los millones de mexicanos que confiamos en él esperamos que tan pronto tome el poder adopte las decisiones y promueva los acuerdos necesarios para revertir, sin demora y de manera perceptible para las grandes mayorías, el clima de zozobra, estancamiento y desesperanza en el que México languidece. Y ese reto, en apariencia formidable, tiene tres llaves maestras. La primera, la construcción de los acuerdos políticos para restaurar la paz, separando el combate al crimen del conflicto entre facciones políticas, y lograr la gobernabilidad para destrabar la agenda legislativa. La segunda, el diseño de una política macroeconómica capaz de lograr el máximo crecimiento posible en medio de la ominosa crisis global que se avizora en el horizonte de los próximos dos o tres años. La tercera, poner en marcha desde ahora el gran diseño de política industrial que nos permita atraer grandes inversiones de contenido innovador y conectarnos sin demora con los sectores y las regiones que emergerán como líderes de la siguiente etapa de crecimiento global.

El porvenir de México está en juego. Nada más. Pero nada menos.

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