Es lugar común decir y escuchar que la democracia no es el mejor de los sistemas políticos, sino el menos malo. En México, luego del derrumbe del presidencialismo autoritario con justicia llamado la dictadura perfecta, pareciera que es el peor de los sistemas. Pese a los avances que hay, los mexicanos hemos sido incapaces de construir un sistema político que beneficie a las mayorías, aunque la frase suene hueca y demagógica, porque eso se nos dijo desde 1929 hasta 2000 y no fue cierto.
Es verdad irrefutable que a partir de las elecciones federales de 1997 ningún partido político ha sido capaz de conseguir la aprobación de los ciudadanos votantes para obtener un mayoría que le permita impulsar ya no se digan las reformas estructurales que requiere el país, sino siquiera un programa de gobierno mínimo. Y eso tampoco garantizará nada porque hoy ningún partido tiene el control que el PRI tuvo sobre sus legisladores y esto no por congruencia ideológica, sino porque las carreras políticas dependían del señor Presidente de la República y de nadie más.
Por experiencia sé que ahora en México los pronósticos electorales son poco certeros, que el ganador de una elección se conoce luego de que los ciudadanos votan y sus votos se cuentan. Antes era fácil, sobre todo en el caso de la Presidencia de la República: si se era candidato del PRI no había necesidad de esperar a las elecciones, bueno si hubieran querido no habrían sido necesarias las campañas faraónicas que recorrían el país; todo lo había decidido el señor Presidente de la República, quien también decidía unipersonalmente las reformas legales (todas), la política económica (todo, incluida la paridad del peso y el precio del petróleo), la administración de la justicia y ¡ay de aquel se tuviera la osadía de cuestionar algo! Pero los mexicanos nos hartamos y logramos el cambio.
Sí, el cambio, que se puede apreciar, fue en los hechos, sólo en los nombres de personas y de partidos, quizás en algunas conductas. Pero, en lo político el sistema mexicano no ha sufrido ninguna modificación: sigue siendo un presidencialismo constitucional exacerbado, pero ahora sin el sustento que le daban las mayorías aplastantes (surgidas de la simulación electoral) en las Cámara de Diputados y Senadores.
Desde 1997 se ha hablado, con mayor o menor volumen, de la necesidad de una reforma del Estado mexicano (no confundir con una reforma política, que ha habido muchas). En los inicios del gobierno de Vicente Fox se llegó a conformar una comisión específica para ella. Iba a escribir que desde entonces nada a pasado, pero eso es falso. Desde entonces, en los hechos, el Estado mexicano ha sufrido prácticamente una parálisis en todas sus áreas por falta de acuerdos entre los partidos políticos, todos minoritarios por decisión de los votantes, quienes seguramente no confían en ninguno de ellos.
Para las elecciones de 2012 lo previsible es, tomando en cuenta las tendencias de los comicios de 1991, 2000, 2003, 2006 y 2009, que ningún partido obtenga la mayoría en el Congreso, que le permita al nuevo Presidente de la República —sea quien sea y del partido que sea— realizar las reformas que el país requiere. Los legisladores de los partidos perdedores —sean los que sean— se vengarán de sus vencedores y pasarán otros seis años.
Por ello, mientras todos piensan, corren, apoyan, especulan, critican, se acomodan con el precandidato de su preferencia, como en los buenos tiempos, poco piensan en la necesidad del cambio de sistema, la propuesta del senador priista Manlio Fabio Beltrones, apoyada por el perredista Carlos Navarrete, y que recoge la idea expresada hace unos cinco años por el panista Santiago Creel de promover y legislar sobre gobiernos de coalición, para evitar que la parálisis del presidencialismo y del país continúen, poco ha calado en el llamado “círculo rojo”, pero nadie puede negar su importancia y urgencia. Habrá quien tenga otras ideas y hasta quienes crean que deben abandonarse el actual presidencialismo y pasar a un sistema parlamentario. Es hora de discutirlo y aprobar lo que se necesite. Es hora de exorcizar la negociación, que es el sustento de la política y también de la democracia.
Está claro que en 2012 no bastará con ganar la elección para la Presidencia de la República.
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