Ya es 2010, pero nadie parece ansioso de celebrar que hace 200 años empezó la Independencia de México y hace cien echó sus primeros tiros la Revolución Mexicana. Se oyen más críticas al presente que elogios al pasado.
La patria anda con los bolsillos caídos por la crisis económica y con los pelos parados por la violencia criminal, potenciados ambos por la liberalidad con que los medios emiten quejas y cuentan cadáveres.
El argumento catastrofista se propaga en algunas cabezas. Se dice que el país estalló en 1810, volvió a estallar en 1910 y estallará de nuevo en 2010. Es decir, que el país estalla más o menos cada cien años, más o menos por las mismas razones pues, en el fondo, nada ha cambiado.
Empiezo por recordar una simpleza, simétrica sin embargo de la simpleza de la profecía: el estallido recurrente que se propone hacia adelante no fue recurrente hacia atrás. El país se rebeló en 1810, pero no se había rebelado cien años antes, en 1710, ni 200 años antes, en 1610.
La profecía del estallido centenario tampoco se cumple hacia adelante. El país no esperó cien años para estallar luego de la rebelión de 1810. En 1821 alcanzó su independencia sin estallidos, pero empezó a estallar alegremente después, en revueltas cuyo reloj fue casi siempre el calendario electoral: casi cada elección presidencial suscitaba una revuelta.
Vino la guerra con Estados Unidos en 1848. Aligerado de la mitad de sus territorios, el país volvió a estallar en 1854 ,contra el último gobierno de Santa Anna.
Estalló de nuevo en 1857, con la llamada Guerra de Reforma, y fue invadido otra vez, en 1862, ahora por los ejércitos francés, belga y austriaco del imperio de Maximiliano.
Derrotado el imperio en 1867, el estallido nacional volvió por sus fueros en 1871, con la revuelta de la Noria de Porfirio Díaz, y otra vez en 1876 con la revolución de Tuxtepec del propio Porfirio. El país dejó de estallar entonces por 30 años hasta que estalló de nuevo en 1910.
Recuerdo estas simplezas históricas para subrayar que el estallido social no ha brotado cada cien años, sino a un ritmo más movido, cuya vivacidad puede documentarse también para el siglo XX.
En la primera década del siglo XXI, sin embargo, nos ha dado por pensar que nuestra historia estalla cada cien años, como si se tratara no de una historia sino de un cronómetro. En realidad, como si no tuviéramos en las manos no un país, sino una bomba de tiempo.
Insisto, "el tiempo nos dará la razón".
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