Naturalistas y paleontólogos acuden a una fórmula sencilla para explicar la ferocidad de los depredadores, vigentes y extintos, en su convivencia y en sus días de caza: They do what they do. No hay, para ellos, especies sanguinarias ni desalmadas, sólo criaturas dotadas de armas letales para detectar, perseguir, atrapar y devorar a sus presas con el único objetivo de sobrevivir. Con esos arsenales se las arreglan para cuidar su perímetro y sus hembras. Para asegurar la reproducción de su especie y de sus propios genes. Cero maldad, pues.
“Él hacía lo que hacía”, sin adjetivos, explica el palentólogo Paul Sereno sobre los fósiles del superlagarto que descubrió en el desierto de Gobi y que ha sido bautizado como Sarcosuchus imperator, cuya dieta eran precisamente... dinosaurios. “Él hace lo que hace”, sin adjetivos, decía el naturalista Steve Irwin, El Cazador de Cocodrilos (muerto en 2006 por el ataque de una raya), al referirse al embate de uno de estos enormes reptiles sobre el cuello de una cebra a las orillas de un río del Serengeti.
¿Cómo explicar, sin embargo, la ferocidad, el carácter sanguinario, el frenesí ávido de muerte en los ejecutores del narcotráfico? Imposible hacerlo con un they do what they do. El recién capturado Teodoro García Simental, un operador de alto rango, tuvo a su servicio a decenas de sicarios, pero también a un personaje inimaginable aun en el cine: El Pozolero. Si bien la DEA, la PGR y el Ejército estaban al tanto de quién es El Teo y hasta una jugosa recompensa ofrecían por él, ante el ciudadano de a pie era este singular limpiador el hombre de los reflectores: unos 300 enemigos disueltos en ácido.
Jean Reno es un actor francés con larga carrera en Hollywood, pero ha hecho dos personajes que ahora es oportuno recordar: el limpiador que salva a Nikita (Anne Parrillaud) en el filme con el nombre de la heroína (Luc Besson, 1990) y el matón de León, El Profesional (Luc Besson, 1994), que rescata y adopta a una huérfana (Natalie Portman) que se queda desvalida en medio de una guerra de narcos. El director de cine francés se preocupa por modelar a ambos delincuentes con ese cincel que genera lo que los comunicólogos llaman “antihéroes”, y que hace caer a los espectadores en sus brazos, sea cual fuere el crimen o las atrocidades que se les imputen y se les comprueben.
Pero acá tampoco hay ese “antiheroísmo”. Si no hay una explicación natural, basada en la necesidad de conservar la especie mediante la simple sobrevivencia, de por qué ellos “hacen lo que hacen”, tampoco puede haber un ápice de simpatía por sus carnicerías, así sea una guerra campal entre pillos. Es cuando la moral y eso que consideramos humanidad abdican. Los criminólogos ven la respuesta en un daño irreversible en los hemisferios cerebrales. Por eso no asoma un rasgo mínimo de arrepentimiento en El Mochaorejas cuando declara que mutilaba a sus víctimas “porque tenían el dinero y no pagaban”. El Teo es el género y El Pozolero la especie.
La descomposición de la vida social mexicana no puede aceptar un they do what they do, como suelen expresar las autoridades para reducir esta madriza a simples diferendos entre narcos. El peligro adicional, para decirlo con Dostoievski, es que su frase de que “el hombres es vil, a todo se acostumbra” se traduzca en que el lector apenas si mueva la ceja cuando vea imágenes como la que logró René Soto tempranito el martes pasado, fotota, en la colonia Lomas de Padierna del sur de la Ciudad de México, en que yace un ejecutado y, como si algo le faltara, un perrito le echa una meada.
Pero pues, es mi opinión... ¿Usted que dice?
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