enero 10, 2010

CRITICANDO A LA CRITICA CRITICADA.

Definitivamente tenemos el derecho a burlarnos y criticar nuestra realidad. Probablemente no nos guste aceptarlo, pero todos hemos sucumbido a la tentación de criticar más de una vez.

Podemos hablar de nuestra familia y criticar a la tía fulana que se queda dormida en las reuniones y cuando despierta hay que recordarle todo, o hablar de nuestro primo perengano que hace tal o cual cosa. La crítica puede llegar hasta nuestros padres, hermanos, hijos y pareja. Podemos criticar muchas cosas, pero cuando escuchamos lo mismo en boca ajena resulta intolerable. Sin importar que usen prácticamente las mismas palabras y adjetivos que nosotros utilizamos.

Hay una regla no escrita a la hora de criticar. Podemos hacerlo con lo propio sin problemas y comentarlo, pero si alguien más se atreve puede correr el riesgo de perder nuestra amistad, respeto o en casos extremos, hasta llevarse un buen golpe.

Lo mismo sucede con las críticas a nuestro país. Nosotros, como mexicanos, sentimos que tenemos derecho a criticar el gobierno, la corrupción, nuestras manías y formas de ser, pero cuando esa misma crítica viene de un extranjero nos cuesta trabajo aceptarla.

Un amigo me comentaba que durante su adolescencia tuvo varios problemas con su hermano, no se podían ver ni en pintura, pero un día al estar en un antro cuando vio que lo insultaban, estuvo a punto de sorrajarle una botella de coca-cola al agresor de su hermano. “A mi hermano nadie lo insulta, solamente yo”. Y por contradictorio que parezca, es una gran verdad. Podemos criticar lo propio, pero resentimos profundamente que lo haga alguien ajeno.

Hace tiempo un extranjero hablaba pestes de México y los mexicanos, con el argumento de que tenía libertad de expresión y que por lo mismo, podía decir lo que quisiera de nuestro país. Efectivamente, si es cuestión de derechos, los tiene, no hay duda. Eso no está a discusión. Sin embargo, no es una buena estrategia para hacer amigos y establecer relaciones. De la misma manera que no sería una buena idea criticar a un determinado país, digamos por ejemplo Francia o Alemania, en una reunión dónde todos son franceses o alemanes.


Es innegable que los extranjeros tienen derecho a expresarse y manifestar su opinión acerca de nuestro país, pero al igual que en cualquier crítica, hay que buscar las palabras correctas y el tono adecuado para no incomodar a quien lo escucha, a fin de que sea una observación constructiva, que proponga soluciones a los problemas o defectos que se expongan, y no una crítica la negativa que generaliza y busca culpabilizar. La crítica constructiva es siempre bienvenida. Por el contrario, las eternas quejas sin acciones ni propuestas, tengan o no razón, resultan insoportables para quienes tienen (tenemos) la mala suerte de escucharlas. Lejos de encontrar compasión o empatía, generan un rechazo inmediato y nos obligan a preguntarnos: Si tan mal le parece todo, si no le gusta la gente ni el país ¿Qué hace viviendo aquí? ¿Por qué no se regresa a su país donde todo es mejor?

Considero que la migración es positiva para los países. Bienvenidos los extranjeros que vengan a contribuir y amar a nuestro país. Nos enriquece el estar en contacto con otras culturas. México tiene varios ejemplos de ello. Por citar uno, el de los refugiados españoles de la Guerra Civil que se desempeñaron en todas las actividades de la ciencia, tecnología y humanidades y dieron grandes aportaciones a nuestra nación.

Así como es molesto escuchar a un extranjero criticando a nuestro país, pocas experiencias más agradables que hablar con un extranjero que lo adora. Mi amiga Laiza por ejemplo, vino a México cuando era estudiante y se enamoró de nuestro país. Después de pasar unos días, supo que sería su futuro hogar. “De aquí soy” pensó y a los pocos meses, dejo su Francia natal para radicar definitivamente en México desde hace10 años. Laiza es mexicana por elección. A diferencia de los hijos de extranjeros que viven en México y siempre hablan del país de sus padres con cierta veneración y llegan a extremos de usar el acento de un país que no conocen o de hablar utilizando palabras en otro idioma, Laiza ama a Francia y a México por igual. Todavía conserva un ligero acento francés que se mezcla con el yuca. Puede ver las cualidades y defectos de ambos países y narra sus historias en nuestro país sin adjetivos ofensivos, con la objetividad que le otorga haber elegido vivir aquí.

Tenemos el derecho a criticar lo propio. Exclamar: ¡Qué horror mis lonjas, cuanto comí en vacaciones! Pero si alguien dice: ¡Qué horror tus lonjas, cuánto comiste en vacaciones! Por cierto que sea, la verdad resulta molesta, incomoda, fuera de lugar. Palabras que dicen lo mismo, pero no suenan igual.

En fín, amigo lector ¿usted que opina?

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