Es natural que en una democracia efectiva con división de poderes, la agenda legislativa y la secuencia de implantación de las políticas públicas las establezcan las mayorías legislativas. Si no, pregúntenle a Barack Obama. El PAN, su presidente de la República, el presidente del partido, los coordinadores parlamentarios, sus voceros, todos juntos, no lo han entendido. En la realidad cambiante del momento histórico y de la aritmética parlamentaria han actuado contra esa mínima noción de la política.
El presidente del empleo, la primera decisión que tomó fue emprender una guerra inacabable contra el narcotráfico. Esa fue la agenda real, no la que habían platicado. El número de parlamentarios con los que contaba en ambas Cámaras era una parte invaluable de su capital político, capital que se invierte y se gasta. Lo invirtió y lo gastó asumiendo como verdadero el discurso de López Obrador respecto de la legitimidad en una reforma electoral aberrante. Cuando pudo haber enviado una reforma fiscal estructural en términos de ésta o ninguna, plantearon el IETU, impuesto que nada más espera a que llegue una verdadera reforma fiscal para desaparecer. En esa etapa, el esta reforma o ninguna era la diferencia. Si se aprobaba, México tendría finanzas viables y crecimiento económico por los próximos diez años sin depender del petróleo. Si no se aprobaba, hubiera puesto a los gobernadores priistas de rodillas, habría deteriorado sus bases territoriales de apoyo y había impedido de lo que se quejan hoy los panistas, de los virreyes, de los señores feudales del PRI. Si el fenómeno es cierto, con esos adjetivos o con otra conceptualización, es creación del PAN y del gobierno de Calderón. En política no hay vacíos. Los gobernadores priistas hicieron lo que tenían que hacer.
Invirtió en una reforma energética sustentada en spots en torno al tesoro de aguas profundas. Seamos serios. Acabó en una reforma administrativa anodina de Petróleos Mexicanos. Dispendió todo, el trienio llegó a su fin y la población mayoritariamente dijo: basta de estupideces.
La correlación de fuerzas cambió y ahora está en manos del PRI fijar la agenda y la secuencia. ¡Ah!, pero ahora sale el gobierno con que pretende establecer esa agenda y esa secuencia, cuando es minoría legislativa y cuando no supo hacerlo en el momento que le correspondía.
Que asome el encono partidario y la frustración personal en el discurso de un jefe de Estado en un país democrático es inadmisible. Eso es lo que hizo Felipe Calderón en la plenaria poblana de los diputados panistas. El Presidente de México no puede referirse a la representación nacional en términos de una estafa permanente y menos en relación con una absurda iniciativa de reforma política que no tiene fundamentos históricos, teóricos, prácticos ni contextuales. La iniciativa de reforma política que pretende imponer el Presidente, que no discutir, es a la historia política de México lo que a la gastronomía son los alimentos chatarra y la comida rápida. Que chillen sus aplaudidores. Ni la reforma política en sí, cualquiera, es una prioridad, ni ésta en particular, tiene fundamento alguno, salvo en aquellos que creen que con tablitas de sumas y restas resuelven la complejidad de la ecuación del régimen.
Al término del pasado periodo de sesiones, les quedó claro a los poderes reales del país, incluidos los legisladores, que el menú de ocurrencias y parches fiscales se había agotado. Se había llegado al punto inexorable de hacer una reforma hacendaria de fondo. En ese momento, el presidente Calderón decide que hay que enviar una reforma política como si hubiera llegado la hora de las complacencias constitucionales. A eso agréguese la simultaneidad con la que el PAN decide que es preferible aliarse con quienes no bajan de pelele al Presidente.
Hace todavía una semana existían condiciones objetivas y aritméticas para sacar este año una reforma hacendaria de fondo. Pero las palabras tienen consecuencias y los actos más. Súmese la incomprensión del rol histórico, la contumacia, la perspectiva facciosa e intolerante de la vida. El Presidente pudo hacer reformas de fondo y no aprovechó las circunstancias. Hoy, tiene que sujetarse a los tiempos de otros para que el país transite hacia reformas que son inaplazables. El futuro del país, bueno o malo, ya no está en sus manos; el cinco de julio así se decidió y fue consecuencia de las equivocaciones del gobierno en los tres primeros años del sexenio.