Un lugar común de los años del dorado autoritarismo establecía que el Presidente de la República enloquecía, allá por el tercer o cuarto año de su mandato. Esta regla, como todas, tiene excepciones; hubo algunos que llegaron ya locos y uno que otro, a partir del segundo ya rayaba en la insania.
El sistema político que padecimos y los modos de hacer política que estimuló —que la casi totalidad de la clase política adoptó sin remilgo alguno—, era de naturaleza tan perversa, que él mismo impulsaba y estimulaba aquel enloquecimiento.
Por más remilgos y rechazos que el Presidente en turno opusiera, al final el sistema vencía; el Presidente “perdía piso” y a partir de ahí, las cosas se salían de cauce. Ha habido casos extremos como el de LEA, JLP y Salinas y otros, como el del doctor Zedillo, que mantuvo la cordura durante su mandato.
Entre nuestros gobernantes, de nada ha servido ver la conducta de quienes no obstante el gran poder que acumulan, ejercen la gobernación con madurez y prudencia. Varios ejemplos podrían darse de esto; hoy, el más claro es el de la señora Merkel. En el extremo opuesto está François Hollande, que ya estaba mal de la cabeza desde antes de tomar posesión. Además, de no ser porque ya no está al frente del gobierno italiano Silvio Berlusconi, aquél ocuparía el segundo lugar pues el primero sería, sin discusión, para el italiano.
En América Latina hemos tenido gobernantes dignos de aparecer —con letras de oro— en algún centro de investigación siquiátrica. ¿Qué me dice de Abdalá “El Loco” Bucaram? ¿Y por qué no Menen, la misma Cristina Fernández y Evo Morales? ¿Verdad que deberían ser incluidos en esa lista, Daniel Ortega, Carlos Andrés Pérez y el campeón de todos, Hugo Chávez? Por el contrario, hay casos de gobernantes serios como Allende, Lagos y Michelet en Chile, y Cardoso y Rousseff en Brasil y Arias en Costa Rica.
Lo curioso de esto que llamo “el endiosamiento” de nuestros gobernantes, es que mucho del trabajo para lograrlo lo realizan los más cercanos, los de absoluta confianza y que jamás se atreven a contradecir al jefe, más que “el endiosado”. Son los que al preguntarles éste “¿Qué hora es”?, prestos responden: ¡La que usted diga, Jefe! Vea a Calderón y sus cercanísimos.
¿Cómo evitar este endiosamiento? Pienso, sin estar totalmente seguro de su eficacia, que nuestros gobernantes —Presidente de la República, gobernadores y presidentes municipales, y algunos legisladores federales—, deberían tener muy cerca —al menos—, a un asesor que fuere el equivalente del esclavo que los romanos utilizaban para recordarle al que victorioso regresaba, que era mortal.
Dos expresiones eran utilizadas por el esclavo que muy de cerca lo acompañaba en el recorrido triunfal; una, “Memento mori”, frase latina que significa «Recuerda que morirás» en el sentido de que debía recordar su mortalidad como ser humano. Otra, según Tertuliano, era “¡Respice post te! ¡Hominem te esse memento!” (¡Mira tras de ti! ¡Recuerda que eres un hombre!).
Sin que esto signifique algo más que recordar una sabia costumbre entre los romanos, pregunto: ¿Tiene ya nuestro presidente, Enrique Peña Nieto, a la persona que debe jugar el papel de aquel esclavo romano? Si bien tenerlo nada garantiza, es mejor nombrarlo desde el principio del gobierno porque, los aduladores son muchos y muy hábiles.
Cuidado con éstos, señor Presidente, y jamás olvide que es humano.
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