Si alguien viniere del exterior a encontrar la característica que mejor identificare a nuestra clase política, sin duda su hallazgo no sería otro que la superficialidad.
Sólo en raras ocasiones o en casos verdaderamente excepcionales, nuestros políticos van más allá de la cáscara, de la epidermis de los problemas. Se contentan con el efecto que produce el anuncio de lo que proyectan hacer, y dejan de lado los beneficios de la obra anunciada si ésta fuere terminada, debidamente, algún día.
Nuestros políticos adoran las “primeras piedras”; no les importa colocar la “última piedra”, la que cierra el proceso que lleva a la conclusión de un proyecto. Les fascina la inauguración de algo, sin importar que sea el simple cascarón de la obra.
Esto lo vemos de cotidianamente; basta el anuncio de algo para echar las campanas al vuelo. Estamos tan acostumbrados a esto, que ya ni protestas genera esta conducta; en México, toda obra aguanta dos o tres “inauguraciones”. Nos gusta y seduce lo superficial, no hay duda alguna de ello; lo de encimita es lo nuestro, de ahí nuestro rechazo a ir al fondo de los problemas.
Hoy atestiguamos la repetición de esta conducta perversa. El anuncio lo es todo, y la conclusión de lo anunciado a nadie parece interesar. Tal parece que el simple anuncio tiene poderes mágicos, suficientes para llevar a feliz término lo anunciado.
Tome usted la “reforma educativa”; hoy, no hay político que no asegure que “la reforma educativa producirá esto o lo otro”, y que “la reforma educativa permitirá mejorar la calidad de la educación y esto, aquello y lo de más allá”. Sin embargo, no hay aún reforma educativa.
Es más, no se sabe de algún proyecto de iniciativa elaborado por alguno de los partidos que apoyaron la mencionada “reforma educativa”, que tenga por objeto realizar las necesarias y obligadas modificaciones a un conjunto de leyes y reglamentos derivadas de la reforma del artículo 3 de la Constitución. ¿A quién preocupa y ocupa esto?
Tome ahora la reforma en materia de telecomunicaciones. La situación parecer ser la misma; engolosinados con el anuncio de la iniciativa, parece que ya fue concretado un conjunto de cambios los cuales, ni siquiera han sido debidamente precisados. Al igual que con aquélla, estamos aún en la etapa de las reformas constitucionales no del ajuste de la legislación secundaria.
¿Así seguiremos por siempre? ¿Es todo lo que podemos esperar de esta nueva andanada de reformas para crecer y crear empleos? ¿Basta el anuncio de las mismas, y los cambios por encimita? Si bien una reforma constitucional es algo para serio, no debemos conformarnos y quedarnos en ella.
Lo que pasa es que no estamos dispuestos a entrarle al debate ríspido y duro que provocan los ajustes en la legislación secundaria, pues es ahí, bien lo sabemos, donde los grupos de poder se enfrentan y dan con todo; por el contrario, nos encanta el cambio suavecito que no hace olas, que permite seguir como estamos y también, eso sí, el anuncio espectacular y lucidor.
Nada me gustaría más que ver los fuertes debates que desembocaren en cambios profundos a la legislación secundaria; no olvidemos que el Diablo está en los detalles y éstos, en las leyes secundarias
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