marzo 11, 2013

SERVILISMO DISCURSIVO

La pregunta que muchos nos hemos planteado desde los años del “partido casi único” y el dorado autoritarismo, es si esta conducta —que es practicada por casi todos los subordinados a un jefe, al margen de la posición que éste ocupe—, es inherente a la actividad política en países como el nuestro; países que si bien son democráticos en la superficie, en el fondo conservan y adoran todo lo que tiene que ver con el autoritarismo, particularmente sus modos de hacer política.

En América Latina abundan estos países donde los políticos se desviven por intervenir ante el gobernante para expresar, no ideas acerca del futuro o los problemas del país y sus soluciones sino para expresar elogios desmedidos; éstos, a veces absurdos cuando comparan al jefe en medio de la euforia discursiva, con algún héroe patrio.

Al ver estas muestras de servilismo discursivo, no puede uno menos de preguntarse acerca de su eficacia y de cómo las juzga el que es objeto de tales elogios. ¿De entrada los rechaza, pero después de cientos de discursos similares los acepta y lo más grave, los cree?

La experiencia acumulada en Argentina, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Cuba, Venezuela y México, demuestra que sí los cree; al final, el elogiado termina por aceptar que efectivamente, él sí es el Dios omnipotente que sus subalternos dicen que es.

Por otra parte, si uno analizare el tema con seriedad, vería que las cosas van más allá del simple endiosamiento del gobernante; tienen que ver con algo más que la abyección y el servilismo. Si bien debemos aceptar que hay funcionarios que nada serían sin el apoyo y favores del que los ha designado, otros tienen una trayectoria que podría superar la del mismo jefe que los llamó a colaborar con él.

Luego entonces, ¿qué explica el discurso abyecto y servil del que en realidad para nada necesita quedar bien con el endiosado pues como dije, sus credenciales lo califican para el puesto que ocupa? ¿Qué hemos hecho como sociedad en no pocos países de la región, para dejar la dignidad personal de lado, y degradarse de manera ofensiva?

Esta conducta, quizás sea la otra cara del proceso de endiosamiento del gobernante; ¿es la degradación personal del que elogia sin medida, el elemento complementario a la aceptación del “endiosado” para serlo? ¿La abyección del subordinado y el humillarse, son la otra cara de la moneda?

¿Dejarán no pocos de nuestros políticos, algún día, ese comportamiento indigno? ¿Entenderán que las condiciones que la globalidad ha generado, demandan hoy otro tipo de funcionarios, capaces y dignos que propongan soluciones en vez de pronunciar discursos huecos y llenos de zalamería barata?

Repito, ¿lo dejarán algún día? Lo dudo.

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