junio 05, 2011

PRESIDENTE DE LA EDUCACIÓN

Antier, Felipe Calderón recibió de parte de la maestra Elba Esther Gordillo el título de “Presidente de la Educación”, lo que generó, como todo lo que hace y dice ella, reacciones que podrían ser calificadas, cuando menos, de interesantes.

No entraré en las razones por la cuales tituló así a Calderón porque, como bien sabe todo aquél que siga la política nacional, mañana o pasado nadie recordará el incidente y menos el título. Lo que debe interesarnos son las razones de esa conducta la cual, como también bien sabemos, no es monopolio de la maestra.

¿Por qué tenemos esa propensión a elogiar de manera desmedida (al menos en público) a quienes el calificador no ve bien y si me apuran, diría que detesta? ¿Qué lleva al político a elogiar al que “no puede ver ni en pintura”? ¿Por qué ese trato hipócrita, que no refleja lo que verdaderamente piensa del elogiado?

El habla de un pueblo, dice más de él que lo que quisiéremos; nuestra forma de hablar, por más rebuscada y alejada de la verdad que fuere, no oculta lo que es quien así habla.

Esta forma de hablar (“tan nuestra”) nada tiene que ver con la educación y el respeto, pues los buenos modales no obligan a mentir, endilgar títulos y lanzar elogios sin fin que en modo alguno estén sustentados en las cualidades y conducta del que los recibe.

El verbo “cantinflear” del cual dice la Real Academia significa “Hablar de forma disparatada e incongruente y sin decir nada”, nos exhibe íntegros; desnuda esa propensión nuestra “a quedar bien”, a decir las mentiras más absurdas de éste o aquél a sabiendas que mentimos.

¿Acaso sólo la maestra actúa así? ¿Esta conducta, que nos viene de muy lejos en el tiempo y la cultura, ayuda a entender cuáles son nuestros problemas y sus causas?

¿Cuál es la utilidad (hoy en día) de un habla que se acoplaba a las mil maravillas con el dorado autoritarismo y la economía cerrada?

Quizás lo que explique el que mantengamos esa forma de hablar (melosa, rebuscada y saturada de hipocresía) es el poco efecto que los cambios estructurales han tenido en la ideología que mamamos durante los decenios de dorado autoritarismo.

Lo que en aquellos tiempos era útil (¿obligado?) para obtener privilegios y concesiones, así como altos puestos en la estructura política, hoy se traduce en un obstáculo más que nos impide crecer.

No propongo, a cambio de esta forma de hablar, una donde impere la grosería y la mentira al más puro estilo practicado por no pocos perredistas; aspiraría sólo a la mesura y la objetividad, a que nuestras visiones diferentes sean expresadas con claridad y debidamente sustentadas para que sirvan como punto de partida de una discusión informada y productiva.

La globalidad en la que participamos, obliga a la discusión responsable de los problemas; a dejar el elogio hipócrita que todo lo encubre y distorsiona.

Es válido exigir a la maestra que deje de endilgar elogios y títulos sin el menor merecimiento del que lo recibe pero, también lo es hacerlo con los otros actores políticos y sobre todo, con nosotros mismos.

Empecemos a hablar claro, sin cantinflear y con el mayor de los respetos.

Por el bien del país, digamos las cosas tal cual son; tomémosle gusto a la objetividad, y al respeto.

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