El reciente apoyo de los hermanos Víctor Hugo Círigo y René Arce, éste senador por el PRD, a Eruviel Ávila, candidato del PRI a la gubernatura del Estado de México, provocó indignadas críticas en las llamadas redes sociales, especialmente en Twitter y Facebook, mismas que el escribiente las considera la versión cibernética y global de los lavaderos de las vecindades mexicanas.
Las críticas fueron contra Círigo y Arce; la indignación por la afirmación o promesa de que con ellos el candidato priista sumará unos 140 mil votos más. Muchos, con alguna ingenuidad, preguntaron cómo es posible tal suceso en un país en el que el voto es, o debe ser, libre y secreto.
No fue un hecho aislado. En la semana que hoy termina volvió a repetirse como ratificación para aquellos que no creen todavía: La disidencia del dirigente nacional, Martín Esparza, de esa entelequia en la que convirtió al Sindicato Mexicano de Electricistas (SME) ofreció 50 mil votos al candidato del PAN a la misma gubernatura, Luis Felipe Bravo Mena. Y, para seguir con la competencia, el viernes pasado una agrupación de taxistas y transportistas mexiquenses ofreció 10 mil votos a Eruviel Ávila.
Para los mexicanos que nacieron antes de 1980, por poner una fecha pero si usted quiere agregarle o quitarle algunos años está en su derecho, ésta bonita tradición mexicana, dirán los tuiteros y feisbuqueros quienes practican el arte de la ironía a través de algo que se llama hastags, se llama corporativismo y fue, desde 1929, quizá la piedra angular o cuando menos el pilar fundamental del totalitario sistema político mexicano de partido único que gobernó ininterrumpidamente durante 70 años y al que ya se denomina como el priato.
En cualquier democracia que se respete, es decir verdadera, el voto de los ciudadanos es libre y secreto. Es cierto también que en los sistemas democráticos existen partidos y líderes políticos con lo que, por diversas razones, principalmente ideológicas, los ciudadanos se identifican con ellos y los siguen y es natural que también ocurra en los gremios, en los organismos sociales, incluso los religiosos o, como mejor ejemplo, con los equipos de futbol. Todos, en mayor o menor medida, por acción u omisión, tenemos referentes sociales que, en la mayoría de los casos, se convierten en favoritos. Y eso está muy bien, aunque nadie entienda por qué el otro o los demás “le vayan” al otro y está bien mientras el otro o los demás intenten no que le vayamos al suyo, lo cual está dentro del derecho a la expresión, sino que lo impongan mediante la utilización de cualquier método coercitivo. Es decir, mientras nadie intente decidir por el individuo que es, o debe ser, libre y soberano a la hora de emitir su voto, por más que la “disciplina” del partido o del líder intente imponérselo.
Imagine que a usted en su empresa le impongan echarle porras al Cruz Azul o al Atlante o (peor) al América, simplemente porque el director de su empresa o de su escuela o de su iglesia o de su sindicato le va a ese equipo, cuando usted le va a los Pumas, que por cierto es el mejor equipo. Pero el parangón con el futbol aquí termina, porque no pasa más allá de un buen coraje y que se resuelve con ponerse la camiseta auriazul debajo de la otra, pero nada tiene que ver con la aplicación de políticas públicas que afectarán a todos los ciudadanos de todo un estado, en el caso actual, y de todo el país en el caso histórico.
El corporativismo priista, ejercido a través de sus tres sectores y de todas las organizaciones que ahí militaban o militan, es históricamente uno de los mayores y mejores métodos de control de los ciudadanos. No es mentira; usted lo puede comprobar con un poco de lecturas sobre el tema, que fue comparado y mejor ponderado que los métodos del nacionalsocialismo, conocido posteriormente cono fascismo, y que en carteles, películas, programas de radio y televisión, periódicos, revistas, redes sociales, paredes y manifestaciones se le dice siempre: “nunca más”.
Y una democracia en la que un individuo representa 140 mil o 50 mil o 10 mil o dos votos, es —como se dice ahora— una democracia de muy poca calidad, por no decir, como se decía antes, un sistema autoritario. Si Círigo, Arce, los dirigentes disidentes del SME, los líderes de taxistas y transportistas y todos los demás de todos los sectores ya decidieron por quién votar en el Estado de México, pues qué bueno; usted vote por quien crea que deba votar porque usted y únicamente usted lo decidió. Lo demás, apóyese a quien se apoye, se llama volver al pasado.
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