Esta semana el gobierno mexicano otorgó el beneplácito para que el embajador Anthony Wayne sea el nuevo representante de Estados Unidos en nuestro país.
La propuesta del candidato (que todavía tiene que ser aprobada por el Senado norteamericano) ha sido bien recibida por distintos actores de la política nacional, así como por diversos analistas expertos en la materia.
Este nombramiento tiene distintas aristas que deben ser tomadas en cuenta. En principio es loable la prontitud con la que reaccionó la administración del presidente Obama para proponer a su nuevo enviado. Ésta ha sido una de las decisiones más aplaudidas, incluso por sectores y personajes comúnmente antagónicos a la política estadunidense.
También se tomó con simpatía haber escogido a un diplomático de carrera, experimentado y probado, que ha enfrentado y superado retos complejos (hace poco recibió una condecoración del Departamento de Estado por su trabajo).
Su aprobación en la Cámara alta estadunidense es prácticamente un hecho, gracias precisamente a la carrera profesional ascendente que ha tenido durante su vida.
Otra cosa, es el perfil de este funcionario. Es ahí en donde los matices dan mucho de qué hablar. El futuro enviado es un experto en financiamiento terrorista, además de temas como seguridad y narcotráfico, aunque también en economía y desarrollo.
Por su experiencia, especialidad y trayectoria, así como las necesidades y asuntos que se hoy se están tratando, hacen que la personalidad del embajador coincida con la relación que se pretende tener con nuestro país.
Viene de Afganistán, su último destino diplomático… Ese simple hecho revela en buena parte el pulso que se tiene en Washington de la situación que debe ser atendida por sus instancias en México.
No está llegando un experto en Estados estratégicos por su crecimiento económico o por su nueva influencia en el mundo, como pueden ser Brasil, Rusia o India. No. Más bien, llegará alguien que sabe desmantelar estructuras financieras criminales, que ha lidiado con gobiernos complejos (como la Argentina de los Kirchner) y que ha diseñado políticas públicas para intentar levantar a una de las economías más precarias del orbe.
El nuevo embajador también es un especialista en medios de comunicación, lo cual por supuesto le será muy útil en nuestro país por la enorme influencia política que éstos tienen.
Así, ante las buenas noticias sobre la inmediatez en la decisión y la seriedad del enviado, queda la duda sobre la proyección e intención de su mandato. Sin duda la dirección de éste será sobre el desbordado tema de seguridad, aunque probablemente su visión socioeconómica de las cosas sirva para construir una solución integral y definitiva a este problema.
En ese sentido, el impulso de una política conjunta tendiente al desarrollo, en lugar de estar orientada exclusivamente a la compraventa de armamento y otras cuestiones bélicas, sería fundamental para virar positivamente e iniciar el trance hacia una estrategia más eficaz… y con menos muertos.
Así, la apuesta del embajador Wayne debe ir hacia el espectro macro de nuestra relación bilateral. Su legado podría estar marcado por el inicio de políticas serias que fortalezcan nuestros distintos lazos y que coadyuven a solucionar, de forma particular, el problema de seguridad.
Sus esfuerzos deberían orientarse hacia la cooperación inteligente, dinámica y constructiva, más allá de intentar implementar las políticas antiinsurgentes aprendidas durante los últimos meses, en nuestro territorio nacional.
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