En la sucesión de 1976, el PRI en 1975 —dirigido por don Jesús Reyes Heroles— se preparaba para la designación del candidato a la Presidencia con una estrategia que si bien algunos calificaron de moderna y democrática —“Primero el programa, después el hombre” si mal no recuerdo—, hubo quien no mordió el anzuelo: Luis Echeverría, y prefirió apegarse a “los usos y costumbres”.
El mismo día que don Jesús sostenía una reunión en el Cine Versalles bajo aquel lema, López Portillo era “destapado” de acuerdo a los métodos “conocidos” de la política mexicana. Después de ese fracaso y la ofensa personal a don Jesús que representó la maniobra de Echeverría, “el destape” siguió vivito y coleando cuatro candidaturas más: MMH,CSG, LDC-EZPL y FLO.
Hoy, en condiciones que quizás los priistas jamás imaginaron —designar candidato a la Presidencia sin la injerencia y control total del Presidente en turno—, el Senador Beltrones ha insistido, no una sino varias veces, que el PRI debe responder —antes de definir al candidato—, esta pregunta: ¿Para qué quiere el PRI regresar al gobierno?
Si bien las palabras son otras, la esencia del experimento que quiso llevar a feliz término don Jesús hace 36 años se reproduce en lo que hoy plantea el senador. Sin querer restarle méritos a su pregunta, valdría la pena —así me lo parece—, agregar otra.
El artículo de Federico Reyes Heroles: “No es De Gaulle” de este martes en Reforma —el cual considero lectura obligada; no una, sino varias veces—, principia con estas dos preguntas: “¿Por qué los seres humanos se pelean por el poder? ¿Cuál es el atractivo de gobernar?”
De la lectura del artículo, dadas las características de nuestra cultura política y la situación compleja en todos sentidos que deberá enfrentar el próximo Presidente de la República, fuere quien fuere, considero que los once aspirantes —siete del PAN, dos del PRI y los restantes dos que no sé qué partido postularía a uno de ellos o qué partidos postularían a los dos—, deberían responder —en lo personal, no su partido—, esta pregunta: ¿Por qué quiere usted ser Presidente de la República?
¿Para incrementar los privilegios de él y los suyos, o simplemente para enriquecerse? ¿O como señala Federico Reyes Heroles en su artículo, para “imprimir una huella personal en la historia y así trazar parcialmente el destino de una nación”?
Agregaría yo, dado el afán que los once despliegan en aras de alcanzar la candidatura, que quieren ser Presidente porque están decididos a eliminar los obstáculos que nos impiden crecer; porque van a poner al día nuestro andamiaje jurídico y así sentar las bases de un México moderno, democrático y más justo.
O como me comentó alguien, quieren serlo —entre otras cosas— porque están dispuestos a acabar con los cacicazgos sindicales que impiden que Pemex y CFE sean verdaderas empresas y alguien más, que elevemos la calidad de la educación pública. También, por qué no, porque van a acabar con esa plaga peor que el gusano barrenador que son “los líderes campesinos”, que a costa de la miseria de millones se han enriquecido a niveles casi obscenos.
¿Será verdad tanta belleza? ¿Por eso quieren serlo?
Ahora bien, de no ser por eso, ¿podrían decirnos por qué quieren ser Presidente de la República?
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