Pasan los años y los políticos mexicanos parecen no tener remedio ni redención posibles. Ni cuando ejercen funciones públicas ni cuando de prometer se trata si ven un atisbo que les produzca ganancias electorales. De todos los partidos sin excepción, y hasta aquellos que se dicen ciudadanos, como si los otros no lo fueran.
Los dos buenos malos ejemplos de la semana ocurrieron en el Castillo de Chapultepec, uno, y otro en la plaza pública de San Miguel de Allende, Guanajuato. En dos lugares pervalecieron las mentiras y las promesas con el objetivo de conseguir simpatías electorales. No pudo haber sido de otra manera y no hay esperanza de que en el futuro sea diferente. El de los políticos mexicanos, con todos sus partidos, es un sector por lo que la llamada transición democrática no ha pasado. Su actuar es el mismo de hace cinco, diez, 20, 40, 60 años: pronunciar palabras que suponen que sus auditorios quieren oír, en lugar de relatar hechos o, al menos, compromisos.
En el encuentro con los miembros de Por la Paz con Justicia y Dignidad, legisladores de todos los partidos se comprometieron a procesar y aprobar cuatro reformas legales pendientes (política, estancias infantiles, obligatoriedad de la enseñanza superior y seguridad nacional) y otras seis iniciativas expuestas por los miembros de ese grupo: ley para la atención de víctimas de la violencia; comisión de la verdad; auditoría especial a la Policía Federal; federalización del delito de desaparición forzada; registro nacional de detenciones, y ciudadanización del Sistema Nacional de Seguridad Pública.
El priista Jorge Carlos Ramírez Marín, presidente de la Cámara de Diputados, afirmó que “es absolutamente cierto. El Congreso está rezagado, pero está trabajando para ponerse al día” y explícitamente dijo sí a todas las exigencias de sus interlocutores, el mejor ejemplo y resumen de lo que también expresaron sus compañeros como el también priista Manlio Fabio Beltrones; los panistas Josefina Vázquez Mota y José González Morfín; los perredistas Carlos Navarrete y Armando Ríos Piter; Arturo Escobar del PVEM; Laura Itzel Castillo del PT; Alejandro Gertz y Pedro Jiménez de Convergencia, entre otros.
Pero como siempre, nadie de ellos explicó el porqué del rezago del Congreso, tampoco como lo superarán por lo menos en cuanto a sus nuevas promesas, y mucho menos se comprometieron con una fecha. Ya lo aconseja el mariachi: “a todos diles que sí, pero no les digas cuándo”. Porque además no ha habido cuándo para muchas otras reformas pendientes no de este sexenio, sino del anterior y quizás de antes. ¿Por qué no se han aprobado las reformas Energética, Fiscal, Educativa, Laboral, llamadas estructurales? Si los miembros de ese movimiento hubieran exigido su aprobación, los señores legisladores les hubieran dicho que sí, por supuesto. Ni modo de perder votos.
Y cuando no cumplan, ya advirtió el priista Beltrones que hay que poner de acuerdo a 628 legisladores, dirán desde su propio partido que fue culpa de sus contrarios, éstos dirán lo mismo de los primeros, y todos insistirán en que se les vote para ahora sí lograr tan ansiadas reformas.
Otra promesa electoral imposible fue la hecha por Andrés Manuel López Obrardor, el próximo candidato presidencial del PT y Convergencia, quien en San Miguel de Allende dijo que en el caso de llegar a la Presidencia de la República sacará a Elba Esther Gordillo del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación. ¿Cómo? ¿López Obrardor es miembro del SNTE? ¿Como Presidente tendrá el control de ese sindicato? ¿Y los maestros? Bueno, podría recurrir al autoritarismo de su ex priismo para intervenir sindicatos y defenestrar a sus líderes como lo hizo Carlos Salinas de Gortari —el Innombrable, según el propio AMLO— con Joaquín Hernández Galicia del sindicato petrolero, y con Carlos Jonguitud Barrios en el mismo SNTE, lo que permitió la imposición del ascenso de la actual lideresa.
Éste es el nivel de nuestros políticos. Malos ejemplos para la democracia que se presupone quiere dejar de ser una promesa.
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