Los antiguos constructores de las pirámides precolombinas tenían un animal de gran poder simbólico: el jaguar. Si se habla de las economías tigres de Asia, ¿por qué no llamar a la economía mexicana próspera, resultante de una estrategia de alto crecimiento incluyente y sustentable, una “economía jaguar”? Esta ruta está abierta para México. Pero tiene sus propios diez mandamientos. Los diez mandamientos del jaguar. El décimo mandamiento del jaguar es:
“X. Mantener a la economía y la sociedad mexicanas abiertas a los flujos globales de comercio, inversión, innovación y conocimiento, al tiempo que se despliega una estrategia eficaz para ampliar las oportunidades efectivas de acceso a los mercados globales de los productos, servicios e innovaciones originados en México.”
En 1995, integrar económicamente a México en Norteamérica mediante el TLCAN fue una decisión oportuna, inteligente y eficaz, frente al reto formidable de sacar a México de un encierro económico prolongado cuyos resultados se reflejaban en una industrialización fragmentada y en graves síntomas de desintegración social y disparidades insostenibles entre ciudad y campo, centro y periferias. El modelo funcionó a cabalidad y rindió frutos para México y para la mayoría de los mexicanos mientras Estados Unidos consiguió mantenerse como la gran locomotora de la economía global, gracias a sus incomparables capacidades de innovación, consumo y apalancamiento financiero de alcance global.
Sin embargo, Estados Unidos no tiene ya la capacidad de continuar desempeñando por sí solo el papel de locomotora del crecimiento mundial. Tras la crisis financiera, el crecimiento global tendrá que redistribuir, primero entre las economías líderes del planeta, y luego entre todas las demás naciones, las capacidades de consumo, producción e innovación. Esto no ocurrirá mediante acuerdos políticos, sino en virtud de la naturaleza misma de las tecnologías emergentes, cuya óptima productividad se alcanza en un modelo de red, lo que implica inevitablemente interconexión, es decir, dispersión con interdependencia. Todos intercambiamos información, mercancías y recursos con todos en todas partes del mundo. Es decir, de una manera u otra, todos dependemos de todos, simultáneamente y en todas partes del mundo. Quienes primero y mejor se adapten a esta lógica serán los grandes beneficiarios de la recuperación, cuando por fin se consolide, y de la formidable era de expansión global que habrá de seguirle
En este contexto, México debe rediseñarse como una nación integrada en la economía global interdependiente y no sólo en la economía de Norteamérica. Esto requiere multiplicar los intercambios del país de manera multidireccional y descentralizada. No se trata de desligarnos de Estados Unidos y Canadá, sino de potenciar estos vínculos, al tiempo que desplegamos otros igualmente intensos, sólidos y duraderos con los múltiples polos del nuevo crecimiento global.
El gran reto para México es retomar la senda del crecimiento acelerado, sostenido e incluyente, es decir, la senda del jaguar. Esto comienza con brindar a los emprendedores e innovadores mexicanos oportunidades efectivas para colocarse a la altura de la competencia global. Sin embargo, es necesario comprender que este reto sólo podrá confrontarlo con éxito la nación mexicana en la medida en que profundice su transformación en una auténtica sociedad abierta y la vida política del país evolucione a una plena democracia que devuelva el poder a la ciudadanía. El porvenir es nuestro, pero nos lo tenemos que ganar. Y ese porvenir bien puede ser el de prosperidad democrática que soñaron los fundadores de nuestra nación, por el que lucharon nuestros revolucionarios constructores de instituciones y que los mexicanos de hoy seguimos empeñados en hacer realidad.
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