Desde hace algunas semanas un cómico norteamericano, Donald Trump, bombardeó a la prensa de su país con declaraciones sobre su incursión activa en la política nacional, lanzando mensajes sobre sus posibles aspiraciones presidenciales.
Esto por supuesto es completamente irrelevante en el análisis crítico y serio de la política estadunidense. Más aún cuándo ésta ha sido una estrategia mediática reiterada en las últimas dos décadas. Hizo lo mismo en el año 2000, al igual que en la contienda electoral del año 1988, obteniendo una cantidad exorbitante de publicidad gratuita para sus negocios (por cierto, no siempre tan redituables como comúnmente se cree).
Sin embargo, los efectos de esta embestida sí detonaron otros aspectos que deben considerarse y seguirse a detalle. El primero fue darle seguimiento inmediato al inicio de la campaña por la Presidencia que lanzó prematuramente el presidente Barack Obama el pasado mes de marzo.
Para muchos analistas, el actual mandatario se precipitó al arrancar tan pronto esta carrera. Antes de hacer giras para recaudar fondos y organizar rallies para promover y proyectar su imagen, resultaba indispensable encontrar canales de comunicación y negociación con el nuevo Congreso para sacar leyes y acuerdos trascendentales.
Tal fue el caso del debatido programa presupuestal para el gobierno federal o el lanzamiento de una nueva estrategia por darle un marco jurídico adecuado a las millones de personas que viven en Estados Unidos sin la documentación migratoria completa.
El otro efecto inmediato fue evidenciar, a través de las encuestas ampliamente difundidas por diversos medios de comunicación, la división creada en el electorado republicano. Lo sorprendente fue constatar la falta de liderazgos en un partido político tan grande y tradicional. La ausencia de los mismos generó diversas reacciones entre sus líderes, que iban desde una profunda decepción, hasta coraje por la poca seriedad de sus posibles contendientes.
Efectivamente, el “precandidato” Trump aparecía empatado con el mejor de los veteranos republicanos (Mike Huckabee). Mientras los líderes del movimiento ultraconservador, Tea Party, sumaban rangos mínimos de aceptación.
Con estos resultados es comprensible la actitud desesperada de muchos cuadros y militantes conservadores, que han visto en este tipo de estrategias la receta ideal para destruir a un partido político consolidado.
A todo esto hay que sumar la popularidad en declive que tenía el presidente Obama hasta hace unos días.
Es decir, la pérdida de oportunidad fue en sentido doble: por un lado tenían una administración en declive y por otro no han podido construir un candidato de unidad atractivo para competir.
Sobre todo ante esta última circunstancia, la Casa Blanca se sentía segura y no podía estar mejor… o tal vez sí.
Todavía falta mucho para la elección del próximo año y puede suceder cualquier cosa en este periodo de tiempo. Particularmente en el contexto internacional, ya que en el marco de la guerra contra el terrorismo, el asesinato de Osama bin Laden es un éxito, pero los detalles de estas acciones (ilegales) y las consecuencias de las mismas pueden ser terribles y complejas.
Así, por lo pronto hoy en términos electorales y gracias a la operación en contra de Osama, Obama puede dormir tranquilo al disiparse casi por completo cualquier duda sobre su posible reelección el año que viene.
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