No ha sido durante la discusión de la iniciativa preferente de reforma laboral enviada por el Presidente Calderón, donde se han registrado las opiniones más críticas hacia los sindicatos, su conocida opacidad y el enriquecimiento de quienes han construido fortunas a costa de los trabajadores.
Ha sido en otros espacios donde, no obstante ser aquello el denominador común en todos, se ha querido dar la impresión de que es sólo en el SNTE donde se presenta la opacidad, el uso indebido de los puestos sindicales, la corrupción que campea sin control alguno y por supuesto, el manejo discrecional de las cuotas de sus integrantes.
Repito, esos modos y prácticas están presentes en todos y cada uno de esos organismos gremiales, los cuales, si bien surgieron para defender a los trabajadores, son hoy —para decirlo claro—, el mejor instrumento de unos cuantos, para en poco tiempo enriquecerse y darse una vida de jeques.
A la vista de lo que para alguien medianamente informado no es un secreto, ¿por qué tanto temor a las protestas de los que incluso ya olvidaron el significado de este sustantivo? ¿En verdad piensan que los líderes sindicales, que ya no paran ni un microbús, van a parar el país?
Los sindicatos, en un proceso lento pero con una dirección clara, han ido perdiendo credibilidad desde hace, por lo menos, 40 o 50 años. Este proceso de descrédito y la consecuente pérdida de influencia en prácticamente todos los países, en México es más que evidente; de la fuerza que hace decenios tuvieron tanto las centrales obreras como sus líderes, sólo quedan los recuerdos y una que otra anécdota.
Los herederos de los que desde los años treinta a fines de los ochenta reinaron omnipotentes en “el movimiento obrero organizado”, hoy se debaten en la peor crisis que pudieron imaginar. La combatividad y firmeza que ayer mostraban, ni de mentiritas la tienen hoy quienes llenos de achaques pretenden asustar con el petate del muerto.
En muchos países, como producto de los cambios que en la economía se han registrado, decir “sindicato” es casi una mala palabra; en los países donde el socialismo sentó sus reales y con la “Dictadura del Proletariado” se construía el comunismo, los sindicatos son algo desconocido. Dieron paso, a querer y no, a las “Organizaciones No-Gubernamentales” que sin enemigo al frente, son hoy las joyas de la corona y consentidas del poder político.
Los obreros, buena parte de ellos miembros de la pequeña burguesía urbana, están lejos de la tarea histórica de liberarnos de la opresión burguesa que Marx, Engels, Lenin y Stalin les asignaran.
Nuestros viejos líderes, si bien algunos tuvieron pasado y les queda poco presente, ya ni aspiran siquiera a tener futuro. El tiempo, ese Cronos implacable que a nadie y nada perdona, se empieza a encargar de ellos, uno a uno; Cronos, no la burguesía y el capital, se encarga poco a poco de hacerles pagar por lo que hicieron en esta vida.
Dejemos de lado pues, esa ridícula amenaza de que sindicatos y líderes pararán el país en caso de aprobar los cambios propuestos a la caduca Ley Federal del Trabajo vigente. Aprobemos sin temor la nueva ley que millones de jóvenes preparados —hoy sin empleo—, requieren para obtenerlo; los viejos líderes, de los cuales algunos apenas terminaron la primaria, saben que les queda poco presente. Permitámosles, por piedad simplemente, vivirlos en paz.
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