septiembre 28, 2012

EL DINERO Y LOS POLÍTICOS

Desde hace varios años, he criticado, el desprecio que muestran nuestros políticos y no pocos funcionarios a las publicaciones de la OCDE que tratan de México y sus problemas.

No obstante los análisis de las causas de buena parte de nuestros problemas estructurales, y las útiles recomendaciones y propuestas de solución que los especialistas de aquella organización plantean, mostramos un desinterés digno de estudio.

¿A qué se debe ese desinterés, o franco rechazo? ¿Acaso es nuestra pereza intelectual o la adoración del pasado, lo que nos impulsa a rechazar todo lo que implique ver al futuro y cómo construirlo?

Sea cual fuere la causa de nuestro rechazo de las posiciones y recomendaciones de la OCDE acerca de los problemas estructurales de nuestra economía, es evidente que estamos ante una cerrazón estúpida la cual, para desgracia del país y su crecimiento, nos impide poner en práctica soluciones que han demostrado viabilidad y producido resultados positivos en muchos países.

Mientras aquí rechazamos los análisis de la OCDE —y los del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial—, otros países se benefician de ellos y ponen en práctica muchas de sus recomendaciones. Los resultados están a la vista; mientras aquí nos ahogamos en un mar de ideas caducas que hoy carecen de la menor viabilidad pues fueron diseñadas para el México de los años treinta del siglo pasado, aquéllos avanzan en su modernización.

Hoy, pareciere que las cosas podrían cambiar de manera radical; el Presidente electo ha manifestado, clara y firmemente, su plena disposición a tomar la visión del desarrollo y las recomendaciones de la OCDE como referentes para diseñar políticas públicas y planes de desarrollo. Todo esto, se ha aclarado, con el fin de modernizar la economía, atraer inversión, crecer y crear cientos de miles de empleos.

De la misma manera, tal y como han hecho decenas de países, Peña Nieto ha planteado la urgente necesidad de concretar un conjunto de reformas que serían la clarinada para dar comienzo a una etapa de grandes inversiones que vendrían a aprovechar, más eficientemente, los recursos con que contamos.

Asimismo, parte de lo que soporta y explica esta propuesta de Peña Nieto es la necesidad de echar ya al basurero de la historia tanta idea caduca y viejos clichés, que nos han mantenido sumidos en el culto al pasado y el rechazo al futuro. Sin embargo, por atractivo que sonare lo planteado por él, sería obligado preguntarnos si hay la disposición en el Congreso para aprobar las reformas que, de entrada, serían el primer soporte de lo que él ha planteado.

Las voces en contra han sido más numerosas y contundentes, que las de los que están a favor de la aprobación del conjunto de reformas. Por ejemplo, hay en la fracción priista en el Senado, un líder sindical que al igual que muchos como él que sólo terminaron la secundaria, ha medrado, por años, con una ley laboral caduca que impide el crecimiento y la modernidad.

Él, como portavoz de sus iguales, se manifestó abiertamente en contra de los cambios que además de democratizar los sindicatos, harían transparente el uso de las cuotas que hoy, sin rendir cuenta alguna, administra aquel senador en su beneficio, tal y como hacen sus iguales.

¿Quién triunfará? ¿Ese líder sindical y centenas como él o Enrique Peña Nieto? Por el bien del país, éste es el que debe triunfar.

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