septiembre 28, 2012

EL VERDADERO PAPEL DEL ESTADO

Algunos lectores me han reclamado que no me manifestara a favor de la participación del Estado en la economía para generar, en calidad de inversionista “sustituto”, los empleos que los inversionistas privados se resisten a crear.


Vale la pena comentar dichos señalamientos porque, esa idea equivocada del papel del Estado en la economía nos causó daños cuya magnitud aún no alcanzamos a cuantificar.

De entrada, aclaro que estoy a favor de una participación reducida del sector público en la economía; también, que no comparto esa idea del papel de “inversionista sustituto” o “inversionista de última instancia” que algunos pretenden asignar al sector público con miras, afirman, a generar los empleos que “los empresarios se niegan a crear”.

Esta última afirmación, es errónea; habría sido más objetivo decir que “el gobierno, encarece y retrasa cuando no impide” mediante una legislación atrasada, la inversión y la creación de empleos.

O, que no toma en cuenta las nuevas condiciones creadas por el proceso de apertura de las economías y la popularización de las economías de mercado, la interdependencia económica y la obligada reducción de barreras a la inversión.

¿Cuál sería entonces, en estas nuevas condiciones, el papel que el Estado debe jugar en la economía? No es otro, pienso, que contribuir de manera decidida a “nivelar el terreno” para que todos los agentes económicos compitan en igualdad de condiciones; que no haya leyes que de una u otra manera beneficien a cierto tipo de “jugadores” y sobre todo, que no se conviertan —por su obsolescencia o alejamiento de la nueva realidad—, en los obstáculos a remover para invertir y crear fuentes de empleo permanente.

Cuando alguien visualiza al Estado como jugador clave en alguna actividad o sector de la economía, lo que en realidad desea es que aquél utilice los recursos que extrae de la sociedad para que, en un “sin sentido económico”, los desperdicie sin la menor eficiencia.

Si revisaremos las enseñanzas de los cambios operados en los últimos 50 o 60 años, encontraríamos que el Estado es el peor administrador de los recursos del erario. El dispendio y la corrupción que estimula cuando decide participar en la economía como jugador, son para avergonzar incluso a sus más convencidos defensores.

Si lo que queremos es que los inversionistas privados tomen riesgos en determinada actividad o sector de la economía y creen fuentes de empleo permanente, eliminemos los obstáculos que impiden, encarecen o dificultan la inversión. Dejemos de lado esa idea peregrina de que hay por ahí un “inversionista bueno” que sin egoísmo alguno, debe crear los empleos que nos hacen falta; ése no es, por más que algunos lo afirmen, el papel del sector público.

Sin entrar en detalles acerca de si ese papel fue útil hace decenios, hoy, en modo alguno se justifica. Las reglas ya cambiaron y del “mucho gobierno en la economía” de ayer, pasamos a una nueva etapa donde lo opuesto es lo correcto. Pretender regresar a lo que tanto daño nos hizo, no sólo no producirá beneficios, sino que pondría en peligro nuestro futuro.

Cuidado, que no le vendan el pasado como el mejor futuro.

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