septiembre 28, 2012

SÍNDROME DEL OMBLIGO

Hace años escuché por primera vez hablar del “Síndrome del Ombligo”. La metáfora me convenció de tal manera, que desde entonces la utilizo cuando alguien hace señalamientos desproporcionados, los cuales —como los de la señora Bazúa en ese momento—, sustituyen la crítica debidamente sustentada.

¿A qué viene este recuerdo de la vida de la izquierda mexicana? (Ésta, más real que la versión chafa y corrupta que hoy venden los oportunistas y saltimbanquis, que después de tantos saltos en el trapecio aterrizaron en el PRD, MC y PT; éstos tres, con tanto priista acabado, más parecen el Valle de los Caídos y no verdaderos partidos, menos de izquierda).

La recuerdo hoy, por “las objeciones” que algunos partidos hicieron al texto de iniciativa preferente para reformar la Ley Federal del Trabajo vigente que envió el presidente Calderón a la Cámara de Diputados; afirman aquéllos —hoy defensores convenencieros de la Constitución, la cual violan con una frecuencia que asusta—, que dicha iniciativa viola varios de sus artículos.

Exigen, indignados, que la iniciativa sea desechada; no piden —dados los problemas que enfrenta y pretende resolver—, adecuar ambas a la nueva realidad del país como sería su deber, sino por el contrario, exigen que las cosas queden tal cual; es decir, desean que sigan las rigideces, que lejos de estimular la creación de empleos y la elevación de la productividad para hacer más competitiva la economía, empeoran la situación. Ellos, mientras tanto, ni en sueños sufren las consecuencias del atraso estructural que padecemos.

Estos falsos defensores de la Constitución se rascan el ombligo y al “olerse el dedo”gritan ufanos, ¡Miren, el cuerpo está podrido, hay que destruirlo!

Se equivocan señores; de ser ciertas las violaciones señaladas, corrijan la una y la otra para que coincidan y así estimulen y faciliten la contratación; si lo hicieren, estaríamos ante la posibilidad de crear buena parte de los cientos de miles de empleos que la población demanda cada año. Dicho de otra manera, “lávense el ombligo”; el cuerpo no está podrido como ustedes afirman.

¿Cómo reaccionó, en su momento, la mayoría de los políticos y legisladores de Brasil, Chile y Colombia? ¿En verdad piensan que los avances en esos tres países y en decenas más, se lograron “acabando con el cuerpo”, cuando políticos como ustedes gritaron también, “¡el cuerpo está podrido! Cuando alguien con mentalidad similar a la suya gritó ufano eso mismo, se rieron de él y avanzaron. Esto se tradujo en los que hoy admiramos que además, llevó a Peña Nieto a pedir conocerlo para tratar de aplicarlo aquí y avanzar.

Así como allá, en su momento, no hicieron caso de las tonterías de unos cuantos oportunistas con visión de pasado, espero que aquí hagamos lo mismo. Sus posiciones son, para decirlo claro, el lastre que impide el avance; éste, hay que tirarlo por la borda.

MODOS Y PRÁCTICAS

No ha sido durante la discusión de la iniciativa preferente de reforma laboral enviada por el Presidente Calderón, donde se han registrado las opiniones más críticas hacia los sindicatos, su conocida opacidad y el enriquecimiento de quienes han construido fortunas a costa de los trabajadores.

Ha sido en otros espacios donde, no obstante ser aquello el denominador común en todos, se ha querido dar la impresión de que es sólo en el SNTE donde se presenta la opacidad, el uso indebido de los puestos sindicales, la corrupción que campea sin control alguno y por supuesto, el manejo discrecional de las cuotas de sus integrantes.

Repito, esos modos y prácticas están presentes en todos y cada uno de esos organismos gremiales, los cuales, si bien surgieron para defender a los trabajadores, son hoy —para decirlo claro—, el mejor instrumento de unos cuantos, para en poco tiempo enriquecerse y darse una vida de jeques.

A la vista de lo que para alguien medianamente informado no es un secreto, ¿por qué tanto temor a las protestas de los que incluso ya olvidaron el significado de este sustantivo? ¿En verdad piensan que los líderes sindicales, que ya no paran ni un microbús, van a parar el país?

Los sindicatos, en un proceso lento pero con una dirección clara, han ido perdiendo credibilidad desde hace, por lo menos, 40 o 50 años. Este proceso de descrédito y la consecuente pérdida de influencia en prácticamente todos los países, en México es más que evidente; de la fuerza que hace decenios tuvieron tanto las centrales obreras como sus líderes, sólo quedan los recuerdos y una que otra anécdota.

Los herederos de los que desde los años treinta a fines de los ochenta reinaron omnipotentes en “el movimiento obrero organizado”, hoy se debaten en la peor crisis que pudieron imaginar. La combatividad y firmeza que ayer mostraban, ni de mentiritas la tienen hoy quienes llenos de achaques pretenden asustar con el petate del muerto.

En muchos países, como producto de los cambios que en la economía se han registrado, decir “sindicato” es casi una mala palabra; en los países donde el socialismo sentó sus reales y con la “Dictadura del Proletariado” se construía el comunismo, los sindicatos son algo desconocido. Dieron paso, a querer y no, a las “Organizaciones No-Gubernamentales” que sin enemigo al frente, son hoy las joyas de la corona y consentidas del poder político.

Los obreros, buena parte de ellos miembros de la pequeña burguesía urbana, están lejos de la tarea histórica de liberarnos de la opresión burguesa que Marx, Engels, Lenin y Stalin les asignaran.

Nuestros viejos líderes, si bien algunos tuvieron pasado y les queda poco presente, ya ni aspiran siquiera a tener futuro. El tiempo, ese Cronos implacable que a nadie y nada perdona, se empieza a encargar de ellos, uno a uno; Cronos, no la burguesía y el capital, se encarga poco a poco de hacerles pagar por lo que hicieron en esta vida.

Dejemos de lado pues, esa ridícula amenaza de que sindicatos y líderes pararán el país en caso de aprobar los cambios propuestos a la caduca Ley Federal del Trabajo vigente. Aprobemos sin temor la nueva ley que millones de jóvenes preparados —hoy sin empleo—, requieren para obtenerlo; los viejos líderes, de los cuales algunos apenas terminaron la primaria, saben que les queda poco presente. Permitámosles, por piedad simplemente, vivirlos en paz.

HABLANDO DE CONQUISTAS HISTÓRICAS

Uno de los argumentos más socorridos por aquéllos que se oponen a remover éste o aquel obstáculo que impide el crecimiento, es que se trata de “una conquista histórica”.

El uso de este subterfugio, expresión clara del cinismo ofensivo de quienes buscan mantener intocados sus privilegios, es resultado de años de complicidad entre los que concedieron tales “conquistas” y los grupúsculos que se sienten merecedores de ellas y poseedores de una representación social, la cual nadie les ha concedido no sólo por no buscarla, sino porque no la merecen en modo alguno.

Por otra parte, debe decirse con claridad, dichas “conquistas históricas” son, las más de las veces, una simple dádiva del gobierno en turno para mantener el control político de éste o aquel grupo o sindicato, pero no el resultado de un movimiento social o protesta ciudadana llevados a cabo con el objetivo de obtener dicha “conquista”.

Mientras las condiciones económicas permitieron sufragar el costo de tales “conquistas históricas”, las cosas marcharon dentro del arreglo político que las hizo posible; el problema sobreviene cuando aquéllas pierden toda viabilidad financiera —al carecer las finanzas públicas de los recursos para seguirlas financiando— o la “conquista” se convierte en un obstáculo para el crecimiento y la elevación de la productividad en toda la economía, o en una o varias actividades productivas.

Cuando en una economía llega a esta situación, generada por múltiples razones, que pueden tener un origen interno —o externo como sucede hoy con la globalidad— ¿cuál debe ser entonces la conducta que prive al respecto? ¿Mantener “las conquistas históricas” que son sólo privilegios para unos cuantos, o reconocer la nueva realidad y eliminarlas cuando no sea posible adaptarlas a las nuevas condiciones que enfrenta la economía?

¿Debemos hacer caso de lo que afirman algunos oportunistas y los trasnochados de siempre —que se quedaron en los años de la bonanza de unos cuantos países, producto ésta del atraso de decenas allá por los años cincuenta o sesenta, o de las ilusiones creadas por un modelo de desarrollo basado en una economía cerrada—, y mantener esas “conquistas históricas” a costa del crecimiento de la economía y del bienestar del resto de la sociedad?

La nueva realidad, producto de la globalidad y la interdependencia económica, que propicia, ha demostrado en decenas de países que no hay “conquista histórica” o beneficios sociales que deban ser mantenidos inmutables por siempre; entendamos que unas y otros fueron resultado de las condiciones específicas de un momento histórico, pero una vez que las condiciones cambian, las reglas deben adaptarse para ajustarlos a la nueva situación donde la competencia por los mercados y la necesidad de elevar permanentemente la productividad son quienes fijan los nuevos límites de “las conquistas” y los beneficios sociales.

Hoy, algunos países europeos son muestra evidente de lo que afirmo; los que se negaron a realizar los obligados ajustes a tanto exceso carente del sustento financiero que los sufragase, están hoy en una debacle de tal magnitud, que su viabilidad como país se ha visto amenazada.

¿Qué impulsa entonces, aquí y ahora, a tanto sinvergüenza a exigir que no toquen las “conquistas históricas”, que ni son conquistas y mucho menos históricas? ¿Su cinismo y la corrupción que todo lo invadió? ¿O también su ignorancia de los cambios en el mundo?

EL DINERO Y LOS POLÍTICOS

Desde hace varios años, he criticado, el desprecio que muestran nuestros políticos y no pocos funcionarios a las publicaciones de la OCDE que tratan de México y sus problemas.

No obstante los análisis de las causas de buena parte de nuestros problemas estructurales, y las útiles recomendaciones y propuestas de solución que los especialistas de aquella organización plantean, mostramos un desinterés digno de estudio.

¿A qué se debe ese desinterés, o franco rechazo? ¿Acaso es nuestra pereza intelectual o la adoración del pasado, lo que nos impulsa a rechazar todo lo que implique ver al futuro y cómo construirlo?

Sea cual fuere la causa de nuestro rechazo de las posiciones y recomendaciones de la OCDE acerca de los problemas estructurales de nuestra economía, es evidente que estamos ante una cerrazón estúpida la cual, para desgracia del país y su crecimiento, nos impide poner en práctica soluciones que han demostrado viabilidad y producido resultados positivos en muchos países.

Mientras aquí rechazamos los análisis de la OCDE —y los del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial—, otros países se benefician de ellos y ponen en práctica muchas de sus recomendaciones. Los resultados están a la vista; mientras aquí nos ahogamos en un mar de ideas caducas que hoy carecen de la menor viabilidad pues fueron diseñadas para el México de los años treinta del siglo pasado, aquéllos avanzan en su modernización.

Hoy, pareciere que las cosas podrían cambiar de manera radical; el Presidente electo ha manifestado, clara y firmemente, su plena disposición a tomar la visión del desarrollo y las recomendaciones de la OCDE como referentes para diseñar políticas públicas y planes de desarrollo. Todo esto, se ha aclarado, con el fin de modernizar la economía, atraer inversión, crecer y crear cientos de miles de empleos.

De la misma manera, tal y como han hecho decenas de países, Peña Nieto ha planteado la urgente necesidad de concretar un conjunto de reformas que serían la clarinada para dar comienzo a una etapa de grandes inversiones que vendrían a aprovechar, más eficientemente, los recursos con que contamos.

Asimismo, parte de lo que soporta y explica esta propuesta de Peña Nieto es la necesidad de echar ya al basurero de la historia tanta idea caduca y viejos clichés, que nos han mantenido sumidos en el culto al pasado y el rechazo al futuro. Sin embargo, por atractivo que sonare lo planteado por él, sería obligado preguntarnos si hay la disposición en el Congreso para aprobar las reformas que, de entrada, serían el primer soporte de lo que él ha planteado.

Las voces en contra han sido más numerosas y contundentes, que las de los que están a favor de la aprobación del conjunto de reformas. Por ejemplo, hay en la fracción priista en el Senado, un líder sindical que al igual que muchos como él que sólo terminaron la secundaria, ha medrado, por años, con una ley laboral caduca que impide el crecimiento y la modernidad.

Él, como portavoz de sus iguales, se manifestó abiertamente en contra de los cambios que además de democratizar los sindicatos, harían transparente el uso de las cuotas que hoy, sin rendir cuenta alguna, administra aquel senador en su beneficio, tal y como hacen sus iguales.

¿Quién triunfará? ¿Ese líder sindical y centenas como él o Enrique Peña Nieto? Por el bien del país, éste es el que debe triunfar.

EL RESULTADO DE LA GIRA DE EPN

La gira que por varios países de América Latina realizó el presidente electo, Enrique Peña Nieto, fue ocasión propicia para que expresara algunas ideas que podrían marcar la gobernación que realizará a partir de este primero de diciembre.

Si bien para algunos lo más destacado fue la posición madura y conciliadora que mantuvo y expuso ante quienes gobiernan Brasil y Argentina, para mí, lo más importante de su gira fue la petición que hizo a los gobernantes de Brasil, Chile y Colombia para que nos permitan conocer lo que hicieron y cómo, tanto en materia de petróleo como en el combate a la pobreza y la seguridad.

Para mí, este es el aspecto principal de su gira, el reconocer que México debe aprender de las experiencias exitosas de otros países cuyos aciertos y logros en campos específicos, son más que evidentes. Esto rompe con la visión —casi de superchería—, que ha pretendido hacernos creer que México es único y nada tiene que aprender de otros países.

Los planteamientos específicos que hizo en Brasil, Chile y Colombia, son el principio del proceso del desmantelamiento de dos baratijas, el nacionalismo revolucionario y la “unicidad mexicana”.

Sin embargo, alcanzarlo —aprender con humildad y plena disposición de los éxitos de otros, y desmantelar las viejas ideas del nacionalismo revolucionario—, no parece fácil.

Trataré de explicarme; ¿recuerda usted cuando al pretender cursar ésta o aquella materia, le informaban en el Departamento Escolar que no había satisfecho los requisitos académicos que tal materia exigía? Más claro, si usted pretendía cursar, por ejemplo, Matemáticas IV sin haber cursado las tres anteriores, era imposible.

Hoy, si en México quisiéremos hacer lo que Brasil, Chile y Colombia hicieron en materia de petróleo, pobreza y seguridad, deberíamos acreditar que aprobamos —como cuando éramos estudiantes—, los requisitos que en el ejemplo de arriba eran, ni más ni menos, las tres Matemáticas previas, la I, la II y la III.

¿Cuáles serían “los requisitos académicos” que debiéremos acreditar para cursar Matemáticas IV? De entrada, probar que estamos realmente dispuestos a lograr un óptimo aprovechamiento de nuestros recursos petroleros, combatir la pobreza con algo más que dádivas ofensivas, y a dejar en el basurero de la historia nuestra aceda concepción decimonónica de la soberanía.

También, además de estos “requisitos académicos”, nuestra clase política debe demostrar que ha entendido y aceptado la necesidad de ver al futuro y dejado atrás ésa que tanto nos seduce, la adoración del pasado.

¿Cree usted que hoy, nuestros políticos estén dispuestos a “pagar esas materias” que adeudan y reprobaron, una y otra vez durante varios decenios? Brasil, Chile y Colombia, se atrevieron a ver al futuro; dejaron de lado buena parte de las supercherías económicas y políticas que los mantenían atados al pasado y decidieron construir un mejor futuro.

Espero, pues sus planteamientos así lo dejan ver, que por encima de todo y de todos, Peña Nieto nos lleve a estudiar y aprobar las tres “Matemáticas” que adeudamos para, ahora sí, estudiar y aprobar Matemáticas IV. ¿Lo hará? ¿No le temblará la mano a la hora buena?

Por el bien de México y su futuro, espero que no.

EL VERDADERO PAPEL DEL ESTADO

Algunos lectores me han reclamado que no me manifestara a favor de la participación del Estado en la economía para generar, en calidad de inversionista “sustituto”, los empleos que los inversionistas privados se resisten a crear.


Vale la pena comentar dichos señalamientos porque, esa idea equivocada del papel del Estado en la economía nos causó daños cuya magnitud aún no alcanzamos a cuantificar.

De entrada, aclaro que estoy a favor de una participación reducida del sector público en la economía; también, que no comparto esa idea del papel de “inversionista sustituto” o “inversionista de última instancia” que algunos pretenden asignar al sector público con miras, afirman, a generar los empleos que “los empresarios se niegan a crear”.

Esta última afirmación, es errónea; habría sido más objetivo decir que “el gobierno, encarece y retrasa cuando no impide” mediante una legislación atrasada, la inversión y la creación de empleos.

O, que no toma en cuenta las nuevas condiciones creadas por el proceso de apertura de las economías y la popularización de las economías de mercado, la interdependencia económica y la obligada reducción de barreras a la inversión.

¿Cuál sería entonces, en estas nuevas condiciones, el papel que el Estado debe jugar en la economía? No es otro, pienso, que contribuir de manera decidida a “nivelar el terreno” para que todos los agentes económicos compitan en igualdad de condiciones; que no haya leyes que de una u otra manera beneficien a cierto tipo de “jugadores” y sobre todo, que no se conviertan —por su obsolescencia o alejamiento de la nueva realidad—, en los obstáculos a remover para invertir y crear fuentes de empleo permanente.

Cuando alguien visualiza al Estado como jugador clave en alguna actividad o sector de la economía, lo que en realidad desea es que aquél utilice los recursos que extrae de la sociedad para que, en un “sin sentido económico”, los desperdicie sin la menor eficiencia.

Si revisaremos las enseñanzas de los cambios operados en los últimos 50 o 60 años, encontraríamos que el Estado es el peor administrador de los recursos del erario. El dispendio y la corrupción que estimula cuando decide participar en la economía como jugador, son para avergonzar incluso a sus más convencidos defensores.

Si lo que queremos es que los inversionistas privados tomen riesgos en determinada actividad o sector de la economía y creen fuentes de empleo permanente, eliminemos los obstáculos que impiden, encarecen o dificultan la inversión. Dejemos de lado esa idea peregrina de que hay por ahí un “inversionista bueno” que sin egoísmo alguno, debe crear los empleos que nos hacen falta; ése no es, por más que algunos lo afirmen, el papel del sector público.

Sin entrar en detalles acerca de si ese papel fue útil hace decenios, hoy, en modo alguno se justifica. Las reglas ya cambiaron y del “mucho gobierno en la economía” de ayer, pasamos a una nueva etapa donde lo opuesto es lo correcto. Pretender regresar a lo que tanto daño nos hizo, no sólo no producirá beneficios, sino que pondría en peligro nuestro futuro.

Cuidado, que no le vendan el pasado como el mejor futuro.

¿SERÁ QUE LO LEAN?

Dicen los que los conocen, que buena parte de los integrantes de nuestra clase política no lee ni el letrero de “Alto” en las esquinas; esto, que si nada más se presentare en este grupo sería algo grave, se da con una frecuencia que raya en la insania en no pocos de nuestros “analistas” que sin la menor consideración y respeto a la inteligencia de quien nos lee u oye porque pocos son los que hoy en día escuchan, les recetamos a éstos una avalancha de opiniones que las más de las veces están débilmente sustentadas o bien, son unos disparates que nos deberían avergonzar.

Para tratar de no caer en esto que señalo, daré enseguida a usted unas cuantas cifras relativas a nuestro mercado laboral para ver si con ello lo convenzo de la necesidad más que impostergable, para reformar de manera profunda nuestra caduca Ley Federal del Trabajo.

Las fuentes son dos, el Instituto Mexicano del Seguro Social y la Secretaría del Trabajo y Previsión Social. Por razones “sexenales”, tomo las cifras correspondientes al periodo que va del 30 de noviembre de 2000 al 31 de agosto de 2012. Veámoslas pues.

De acuerdo con las cifras al 30 de noviembre de 2000, el total de Trabajadores Permanentes y Eventuales Urbanos era 12 millones 737 mil 503; seis años después, a agosto de 2012, aquel Total subió a 15 millones 821 mil 982. Esto significa que nuestra economía sólo pudo crear, en 12 años, 3 millones 084 mil 479 empleos formales; ésos, como suelen decir Lozano y Calderón, que “tienen nombre y apellido”.

¿Qué le parece esta capacidad de nuestra economía, en lo que se refiere a la creación de empleo formal? ¿Le parece adecuada a las necesidades de nuestra realidad demográfica, crear por año la fabulosa cantidad de 257 mil empleos? ¿A usted, le satisface esto?

Veamos ahora la Industria Manufacturera; para noviembre de 2000, esta actividad económica registraba 4 millones 484 mil 101 trabajadores y ese número, para agosto de 2012, era ya 4 millones 155 mil 467. Es decir, si los registros del IMSS son correctos y no tengo elementos para dudar de la justeza de sus cifras, la Industria Manufacturera perdió, en 12 años, casi 329 mil puestos de trabajo.

Si vemos las cifras para cada fin de año de esta actividad, podemos darnos cuenta que en diciembre de 2008 el total de trabajadores alcanzó la cifra de 3 millones 617 mil 186; es decir, la caída en ocho años fue de poco más de 860 mil puestos de trabajo manufactureros.

¿Qué le parece? ¿Acaso estas cifras nos hablan de la incapacidad de las administraciones panistas en materia de creación de empleos formales? Ni de lejos; lo que las cifras demuestran, es la incapacidad estructural de la economía para crear empleo formal.

Las rigideces del mercado, estimuladas y protegidas por una ley caduca, son las causantes —en buena medida—, de esa situación. Puede ser Javier Lozano un perfecto hígado pero, eso no basta para impedir la creación de empleo formal; puede, de la misma manera, Felipe Calderón ser un político menor pero, tampoco ésa es la causa.

Si bien una ley caduca como la Federal del Trabajo vigente no es la única causa de la falta de empleos, esto no es razón para no empezar a reducir ya sus efectos negativos.

Urge su puesta al día y la remoción de los obstáculos que nos sumieron en la mediocridad la cual, alcanza ya niveles peligrosos.

DISCURSOS POLÍTICOS

El martes pasado, con los discursos de Enrique Peña Nieto y José Ángel Gurría como fondo, fue firmada la “Declaración de Intenciones” con el fin de establecer un “Acuerdo Marco para la Colaboración Estratégica entre México y la OCDE”.

En su discurso, el primero dijo: “He instruido al equipo de transición a hacer una revisión de este documento, una debida valoración; trabajar —como ya se expuso también y como ya lo está haciendo— con representantes de la OCDE, para identificar estos espacios de oportunidad, y para dar curso, en su momento, a las políticas públicas que el nuevo gobierno de la República habrá de instrumentar para poner a México a caminar y a andar a toda marcha, a todo vapor, y realmente lograr ese crecimiento y ese México de oportunidades que todos queremos”.

Le ofrezco una disculpa por la inclusión de tan larga cita pero, dada la propensión de nuestros políticos a no leer ni los letreros de “Alto”, fue necesario.

¿Cuántos de los integrantes del “Equipo de Transición”, le obedecerán a Peña Nieto? Además, ¿cuántos de los que lo hicieren, entenderían debidamente la visión del desarrollo que soporta todo planteamiento que hace la OECD, en éste y en otros documentos?

También, ¿cuántos de los integrantes del Equipo leyeron en su momento, los antecedentes directos del documento entregado este martes? Me atrevo a afirmar, que tanto el libro de Peña Nieto, México: La gran esperanza, como México: Reformas para el cambio de la OECD de enero de este año donde aparece buena parte del contenido del que fue entregado anteayer, son material desconocido para buena parte de los integrantes del Equipo.

Por otra parte, si dejamos de lado el detalle señalado arriba, ¿cuántos de los “equiperos” estudiarán con la debida seriedad lo que ahí se plantea, para formarse una idea clara de lo que Peña Nieto pretende alcanzar —y cómo— en los próximos seis años en la modernización de la economía, la política social y la educación pública así como en las pensiones y el sistema tributario entre otras cosas, además de promover una visión moderna del desarrollo?

¿Cuántos de los que con una incontinencia verbal pontifican acerca de lo que será tal o cual área que imaginan encabezarán, han estudiado documentos recientes de la OECD relacionados con México y sus problemas? ¿Cuántos de los que imaginan que llegarán a ésta o aquella dependencia, comulgan con la visión del desarrollo que subyace en los estudios de la OECD? Es más, ¿tendrá conciencia algún “equipero”, que “sus ideas” para combatir la pobreza, son más un cliché demagógico que propuestas novedosas, no obstante su “experiencia” en esa materia?

La firma de esta Declaración, que otorgará a los especialistas de la OECD un papel relevante en el diseño de las políticas públicas y los planes que Peña Nieto pondrá en práctica, es una excelente y sorprendente noticia.

Espero no haya flaquezas a la hora de elaborarlos y dejen de lado a los vividores del erario y sus baratijas teóricas; éstas, recién dadas a conocer en uno más de sus documentos el cual, como los anteriores, huele a naftalina por tanto cliché adecuado a las condiciones que privaban en los años cincuenta del siglo XX, no a las actuales de México y el mundo.