Me interesa –desde hace años–, la política; la sigo de manera sistemática, leo lo que escriben los políticos y cada tres años, sin falta, leo las plataformas de los partidos que participan en el proceso electoral las cuales, como mandata la ley, entregan a la autoridad. De manera anticipada, lo acepto, tendría razón el que me señalare como masoquista irredento.
Esta vez, como en procesos anteriores, pregunto a los integrantes del grupo de amigos con el que me reúno desde hace años para hablar de política y “componer el mundo”, qué les parece la Plataforma Electoral del PAN entregada al IFE hace unos días y también, dado que es el único documento que conozco con las ideas sistemáticas del precandidato del PRI, qué piensan del contenido de su libro: México, la gran esperanza.
La respuesta es la misma en ambos casos; nadie los había leído. Es más, ni siquiera una simple ojeada u hojeada; al día de la pregunta, no habían mostrado el menor interés por leer ambos documentos. Debo abonar en su favor su congruencia, pues hace algunos años, cuando criticaban a la Maestra, les pregunté si habían leído su libro El paseo de las reformas y la respuesta, como ahora, fue la misma: no.
Las preguntas siguieron a su respuesta: ¿Qué es lo que critican del PAN, si no tienen idea de lo que este partido se propone intentar hacer y/o promover en caso de llegar a la Presidencia de la República? En el caso de Peña, lo mismo; ¿qué le critican si desconocen sus ideas plasmadas en el libro las cuales, con seguridad, marcarán la plataforma que este partido entregará al IFE?
Es más, ¿cuántos de los seguidores de ambos, Vázquez y Peña, leyeron ambos documentos? ¿Y cuántos de los que los critican –al PAN y su precandidata y al PRI y su precandidato–, los han leído? Si no lo han hecho, ¿qué les alaban, o qué les critican? Ante la primera respuesta de mis amigos, decidí no preguntarles acerca del más reciente libro de Héctor Aguilar y Jorge Castañeda: Una Agenda para México 2012, pues seguramente habría obtenido la misma respuesta.
Pasemos ahora a otro grupo, al de “los expertos” que se la pasan diciéndole a partidos –sin militar en ellos– y precandidatos, qué hacer y cómo hacerlo. ¿Habrán leído ya, ambos documentos? Lo dudo.
Las respuestas de muchos de ellos, si les preguntare, muy posiblemente serían similares a las de mis amigos de tertulia con una pequeña diferencia, no pontifican en la radio o la televisión y tampoco escriben en un medio impreso; es decir, su irresponsabilidad a nadie afecta, excepto a ellos mismos.
¿A qué se debe esta conducta tan “normal” en México? ¿Por qué nuestra propensión a criticar a éste o a aquél, sin conocer lo que suscriben o escuchar lo que dicen? ¿Qué es entonces lo que les criticamos? ¿Lo que esparcen rumores y chismes?
Ante tanta pregunta y pocas respuestas, acudí a un buen amigo, “político experimentado” él; lo que me respondió, sin duda interesante, fue esto: La clase política –o si quieres, los políticos profesionales, me dijo–, se ríe de los “expertos”. Sus señalamientos, agregó, carecen de fundamento; “tocan de oído” no por nota, remató. Eso piensan –algunos políticos– de “los expertos” que les dicen qué hacer, por qué y cómo.
¿A propósito, usted ya los leyó?
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