En el plano personal (sicológico) la seguridad “es la capacidad de improvisar correctamente”, de reaccionar con firmeza oportuna (puntual) ante los embates que nos hacen diariamente disputar a los demás pertenencias, conquistar anhelos, defender ideales, resolver los problemas (grandes y pequeños), en suma, competir emocionalmente; decidir en el placer y en el deber, elegir el protagonismo o el anonimato, abrir caminos y retroceder a tiempo sobre ellos o tomar los atajos de la conveniencia.
Los inseguros (por su vulnerabilidad interior) no saben vivir, carecen de la dosis de alegría y serenidad que reclama la aventura de cada día. A los inseguros públicos la tranquilidad nos la roba la amenaza realista de salir a la calle o el pavor de estar en casa.
Al nivel del Estado (obviamente democrático), la seguridad pública acaso sea algo similar con las debidas proporciones. La seguridad pública es una solución propicia y constante que permite la convivencia en términos aceptables, aunque nunca faltará un inadaptado o algunos que se atrevan a romper el orden establecido y transgredan lo más sagrado, preciado e irreparable. Pero esas irrupciones que pulverizan el orden público —por instantes— son excepciones a la regla de la normalidad democrática. La democracia con sus instituciones y sus procedimientos incentiva hábitos ciudadanos generalizados y garantiza comportamientos funcionariales que se ajustan a la legalidad. Si lo anterior se incumple se desencadenan responsabilidades ciertas y visibles.
A partir de los atentados del 11 de septiembre de 2001, la concepción de la seguridad nacional se diluyó con la de la seguridad pública, la primera constreñida a la defensa soberanista del territorio frente a los otros estados soberanos y la segunda antes limitada a la relativa paz en las calles y a la eficacia de los medios de respuesta estatales ante los siniestros (los intencionales y los naturales) y ante las agresiones que causan los que delinquen.
La seguridad pública (integral) es la percepción que disuelve temores razonables frente al ejercicio de las libertades de movimiento y de circulación. Es inevitable una legislación que prevea la actuación de los uniformados en la concurrencia temporal que amerita unan sus talentos y destrezas para perseguir con inteligencia (indagatorias científicas) a los que trituran la legalidad para conducirlos con respeto ante el juez competente. Ojalá lleguemos a vivir con la seguridad de que cada quien responda por lo que hizo, por cómo lo hizo y en el caso de los gobernantes por lo que dejaron de hacer, la omisión de autoridad también puede ser asesina.
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