En el mensaje de este lunes, el candidato triunfador Enrique Peña Nieto mencionó cuatro reformas a las cuales daría prioridad: laboral, fiscal (cuánto agradezco que no haya usado ese barbarismo de “hacendaria” que tanto seduce a los que golpean sin la menor consideración, al de por sí vapuleado idioma español), energética y la correspondiente a la seguridad social.
¿Habrá llegado, al fin, la hora de enfrentar nuestra dolorosa realidad en cuanto a lo caduco de nuestro andamiaje jurídico? ¿En verdad el Congreso de la Unión hará –ahora sí–, lo que ha evadido sistemática y conscientemente durante decenios y legislará a favor del crecimiento económico y el progreso?
¿Acaso los que desde hace años se han opuesto a derogar leyes atrasadas y alejadas de la realidad que enfrenta el país en una cantidad de temas que da pena enlistarlos, van a aprobar lo que hace unos meses ni siquiera se atrevían a discutir?
¿Será cierto, por ejemplo, que un sempiterno dirigente sindical de algún estado del país, seis veces diputado federal y senador a partir del uno de septiembre, entendió y aceptó ya que la Ley Federal del Trabajo debe adecuarse a las nuevas condiciones del mundo, no sólo del país? ¿Acaso verán las cosas con otra óptica, los que a la menor señal de un cambio legislativo de trascendencia tomaban la tribuna para impedir su discusión?
¿Será cierta tanta belleza? De concretarse, ¿qué habría hecho cambiar de opinión a muchos de los que llegarán a San Lázaro y al edificio que parece hotel más que digna sede del Senado de la República, para estar de acuerdo con las reformas que Peña Nieto anunció el lunes?
Simplemente, es mi hipótesis para explicarlo, se dieron cuenta que hay una nueva realidad política con la llegada de una generación más joven al frente de la Presidencia de la República; Enrique Peña Nieto, guste, se entienda y acepte o no, representa la clara disposición a buscar con toda la fuerza que da un triunfo legítimo y la urgente necesidad de poner al país al día en lo que se refiere a su caduco andamiaje jurídico.
Tanto aquel dirigente como los que han hecho de usufructuar posiciones de “liderazgo” durante decenios el mejor negocio de su vida, parecen haber entendido que el triunfo de Peña Nieto, y la llegada con él de profesionales cuya visión del desarrollo difiere de la tradicional en cuanto a lo que hay que hacer para crecer y poner a México al día, representan el principio de su fin.
Peña Nieto, frente a López y Vázquez cuya obsesión por el pasado les impidió entender que los problemas están en el futuro, representa romper con una visión caduca y aceda del crecimiento. Repito, puede gustar o no, pero aquél representa el futuro que hay que construir; de ahí que muchos de los que hoy lo elogian cuyo pasado es inmenso y mínimo su presente, terminen insultándolo una vez que queden fuera de los reflectores.
Ya dijo el ganador cuáles son las reformas a las que dedicará, de entrada, buena parte de sus esfuerzos; digamos pues, con la debida sustentación, lo que pensamos debe contener cada una y dejemos a López y a sus serviles e incondicionales, hundirse en su loca aventura que es reflejo de su visión caduca del desarrollo.
Tomémosle la palabra a Peña, y pongámonos a construir el futuro.
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