En este mundo, casi todo es efímero; lo que sucedió ayer, hoy es historia. En consecuencia, lo de anteayer con más razón. Las cifras, ahí están para el que quiera ver y sepa hacerlo; para el que vive en un mundo de sueños después de tantos años de andar en el negocio, no hay cura posible.
Si él sueña y vive en una realidad que inventó, no caigamos en su juego perverso el cual, es más peligroso que la adicción a una droga dura; la realidad, al igual que antes de votar y del principio de las campañas, sigue ahí con esa terquedad que a muchos tanto molesta.
Sin lugar a dudas, la crudeza con la que nos golpea en la cara la ofensiva realidad del país, ésta no desaparece con el simple deseo de borrarla; veámosla con objetividad, determinemos sin apasionamientos sus causas, y corrijámoslas; no hay otro camino para construir el futuro.
La realidad que desde ayer toca—otra vez— a nuestra puerta, no es fácil de digerir; México sufre de fallas estructurales de las cuales, muy pocos se atreven a hablar de ellas con la obligada franqueza. Lo que tenemos hoy del proceso electoral, es una buena oportunidad para dejar de lado —por fin, y de una buena vez—, la evasión de la realidad que ya se volvió vicio.
Las cifras que describen lo que somos y tenemos, son demoledoras; prácticamente no hay aspecto de la economía y su fundamentación jurídica, que no refleje el mundo de los años sesenta del siglo pasado. Urge, —en serio, aunque parezca disco rayado—, poner al día un conjunto de leyes y reglamentos que si no fuera por los modos que la diplomacia exige, todo el mundo se reiría de nosotros.
Las próximas semanas —antes de la entrada en funciones de la próxima Legislatura—, serán tiempo propicio para preparar las iniciativas de ley que concretarían las reformas por decenios pospuestas; en relación con ellas, dijo el domingo por la noche el candidato triunfador: “Aprovecharé los meses de transición para preparar las reformas a las que me he comprometido.” Estamos avisados.
Luego entonces, ¿por qué no tomamos como cierta su afirmación y damos nuestras opiniones acerca de los principales temas cuyo fundamento jurídico caduco y en no pocas ocasiones absurdo, requiere urgentemente ser puesto al día?
¿Acaso está satisfecho usted con la productividad de Pemex y CFE? ¿Los niveles de corrupción en ambas “empresas” le parecen a usted aceptables, y dignos de ser mantenidos por siempre? ¿Acaso la calidad de la educación que imparte el Estado, la considera adecuada para responder a las exigencias de un mundo que no espera y desde hace cuarenta años corre veloz por delante de nosotros?
¿Está conforme con el desastre en el que hemos convertido al campo mexicano? ¿No siente algo al ver o enterarse de la situación en que se desenvuelven millones de miserables? ¿No se ha enterado de la bomba de tiempo que hemos construido —con la sabiduría y paciencia de un relojero suizo— con los sistemas públicos de pensiones? (¿No ha leído “Pensiones en México: La próxima crisis”, de Pedro Vásquez y editado por Siglo XXI Editores? ¿Qué espera?).
Las vacaciones terminaron, volvamos a la realidad que dejamos hace tres meses; basta ya de jugar al “Tío Lolo”. Como dicen en mi pueblo, “En caridad de Dios, ya maduremos”.