diciembre 13, 2010

ENTRE EL 2010 Y EL 2012. 2011 EL AÑO INCOMODO PARA LOS POLITICOS Y LOS NO TAN POLITICOS.

Este año comenzó con la perspectiva de que el PRI ganaría 12 de las 12 gubernaturas que estarían en juego, incluidas nueve que ya tenía, una de un gobernador perredista y dos de panistas. La perspectiva era halagüeña. Naturalmente, los priistas querían seguir ganando y acumulando fichas para llegar fuertes a la elección presidencial de 2012. Panistas y perredistas sabían que tenían que parar al PRI de alguna manera. De ahí que el grupo calderonista dentro del PAN y las facciones comandadas por Jesús Ortega y Marcelo Ebrard en el PRD hayan decidido implementar una estrategia muy arriesgada: la alianza electoral entre dos partidos ideológicamente antagónicos y supuestamente peleados a muerte después de 2006.

PAN y PRD juntaron sus fichas y lanzaron una estrategia conjunta en cinco estados. Fueron muy criticados. Incluso dentro de sus respectivos partidos. En el PAN, el grupo anti-calderonista se opuso a las alianzas con el PRD. Sabían que si las alianzas fracasaban, sería una extraordinaria oportunidad para hacerse del control del partido dominado por el calderonismo. Lo mismo en el PRD. López Obrador quería que las alianzas fracasaran para propinarle sendos golpes al grupo de Los Chuchos y el de Marcelo Ebrard y así retomar el control del PRD.

Las alianzas funcionaron. Ganaron, por un margen cómodo, en Oaxaca, Puebla y Sinaloa. Se quedaron muy cerca de hacerlo en Durango e Hidalgo. De esta forma, los artífices de las alianzas se fortalecieron: el calderonismo en el PAN y el chuchismo y el ebrardismo en el PRD. Demostraron que, unidos y con un buen candidato, se le puede ganar al PRI.

Los aliancistas inmediatamente anunciaron que la estrategia continuaba, sobre todo en la elección de gobernador en el Estado de México en 2011, una magnífica oportunidad para quitarle una ficha preciada al PRI y, en este caso, propinarle un golpe al priista más popular de ese partido, el mandatario mexiquense, Enrique Peña Nieto.

Pero las alianzas, paradójicamente, le sirvieron al PRI: lo despertaron de su soberbia. El gigante “invencible” se sintió vulnerable. Aturdidos por la derrota, los priistas reaccionaron. Adoptaron una estrategia defensiva en contra de las alianzas. Sobre todo Peña Nieto quien no tuvo recato en cambiar las reglas del juego electoral en su estado para inclinar la cancha a favor del PRI y en contra de las alianzas. Con la ayuda de dos aliados que ya están jugando con el tricolor rumbo a 2012 (el Partido Verde, cuarta fuerza electoral del país, y el Partido Nueva Alianza, del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación que dirige Elba Esther Gordillo), Peña prohibió las candidaturas comunes, redujo los tiempos de campaña e hizo más pequeño y tortuoso el financiamiento público a una posible alianza opositora. El gobernador se salió con la suya. Fuera de pocas críticas en algunos medios que tildaron a esta reforma como regresiva para la democracia, el asunto no pasó a mayores: un poco de ruido unos pocos días.

Las alianzas también sirvieron para galvanizar al PRI. La amenaza aliancista en el Estado de México (y quizás en la elección presidencial) unió a los priistas en torno a la figura de su candidato más popular: Peña Nieto. El mensaje se esparció como pólvora entre los tricolores: “Si nos volvemos a dividir, volvemos a perder la Presidencia; mejor repartámonos el pastel desde ahora; que todos negocien un espacio con Peña y, acuerdos en mano, enfrentamos juntos las posibles alianzas en el 11 y el 12”.

No es gratuito, entonces, que los priistas aparezcan hoy como el partido más unido de todos. Parece que todo ya está planchado. Incluso el proceso de sucesión de su dirigente nacional que, con la bendición de Peña, será el gobernador de Coahuila, Humberto Moreira.

En contraste, el PAN se percibe dividido y debilitado. Ya procesaron la elección de su dirigente nacional. Pero, al parecer, quedaron heridas en el camino, sobre todo del grupo de los jóvenes “coroneles” que venían subiendo en la jerarquía panista que apoyaron a Roberto Gil en su intento fallido de ganarle la dirigencia a Gustavo Madero.

Más aún, el presidente Calderón no ha dejado que crezca ninguno de los personajes que lo rodean como su posible sucesor. Tiene muy controlados a Lujambio, Cordero, Lozano y Félix quienes, de acuerdo a las encuestas, son desconocidos entre el electorado. En el calderonismo sólo existe una figura: se llama Felipe y se apellida Calderón. Para colmo, el Presidente habla en público de la posibilidad de una candidatura ciudadana para el PAN en el 2012. Sólo Dios (y quizá Margarita) sabe la estrategia de Calderón para la sucesión presidencial. Entre que lo piensa y actúa, el PRI y Peña Nieto siguen muy adelante.

Por su parte, en el PRD nos encontramos con la misma tragedia histórica de la izquierda en todo el mundo: la división, sea por ideología, intereses o mezquindades. El hecho es que el PRD tiene hoy un candidato muy querido entre ellos (López Obrador) pero con pocas posibilidades de ganar votos más allá de los votantes perredistas. Y tienen un candidato poco apreciado por ellos (Ebrard) que sí podría jalar electores independientes y de otros partidos. Por lo pronto, la división continúa con un Jesús Ortega que no quiere abandonar la dirección del partido y un López Obrador determinado a sacarlo a patadas.

En suma, aun cuando les fue bien en las elecciones de julio, mal cierran el PAN y el PRD este año, lo cual contrasta con un PRI que se percibe fuerte y unido. En cuanto al juego de la sucesión presidencial, todavía faltan muchas partidas que jugar. Y, como saben los buenos jugadores de póquer, todo, absolutamente todo, puede cambiar cuando se abre la ultimísima baraja.

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