Para estas fechas, ni Vázquez ni López dudan de la aplastante derrota que sufrirán el 1 de julio aún cuando no lo acepten; por más acusaciones infundadas que hagan dos o tres “dirigentes” que sólo son un accesorio que López desechará sin consideración alguna cuando así le conviniere, no pueden borrar la realidad.
El tema central de la elección en curso, no es ya el resultado de la presidencial; ése ya está decidido. Los equipos de los candidatos ya hacen “cuentas” para estimar el número de diputados y senadores con que cada partido contará en la siguiente Legislatura.
Si nos atuviéremos a lo que arrojan las encuestas, la probabilidad de que el PRI contare con más de 250 diputados y 64 senadores, sería muy alta. Esto, que para muchos priistas debe festejarse ya y para sus adversarios es motivo de coraje y frustración por la debacle de la que tardarán años en salir, convendría verlo con cuidado y no festinar anticipadamente.
Veamos ahora un aspecto al que conviene prestar atención; ¿qué pasaría si Peña Nieto, en su calidad de Presidente de la República, no enviare las iniciativas para concretar muchas de las reformas pospuestas desde hace años que no requirieren, por supuesto, modificar la Constitución?
Por otra parte, qué pasaría si las enviare y aun cuando los números garantizaren su aprobación, los responsables de la operación política en ambas Cámaras del Congreso no lo lograrían. Otro escenario sería, que enviare reformas que requerirían modificar la Constitución pero algunos de sus operadores en las Cámaras junto con las otras fracciones, las boicotearen.
Ahora bien, si los perdedores –en una muestra de pequeñez no infrecuente en partidos o grupos que no entienden las causas del rechazo del elector–, se unieren para bloquear todo cambio propuesto por Peña Nieto y además, contaren con la complicidad perversa de algunos legisladores del PRI que verían cerca la pérdida de sus privilegios, la situación que se configuraría –de darse alguno de esos tres escenarios–, sería muy dañina para el país.
Un escenario así significaría, que el próximo gobierno y el presidente Peña Nieto perderían el bono democrático obtenido en las urnas y enfrentaríamos, sin duda alguna, la inmovilidad y una debacle casi segura. Ante esta eventualidad, ¿usaría el Presidente sus recursos para poner orden en las fracciones de su partido?
El resultado de la elección presidencial y los números en las Cámaras que muy posiblemente obtendrá el PRI, son un claro mandato para concretar, a la brevedad, cambios y reformas pospuestos por la mezquindad de unos y el temor de otros a perder privilegios. Valdría la pena entonces, analizar con objetividad la obtención de los 251 diputados y 65 senadores que representaría, sin duda, un triunfo que no podrán demeritar los señalamientos sin sustento de los perdedores.
La operación en el Congreso será entonces, la clave para construir un mejor futuro y recuperar el crecimiento mediante la concreción de las reformas pendientes. De ahí que la capacidad, visión de futuro y lealtad probada al proyecto de Peña Nieto de sus operadores en el Congreso, deberá estar clara y debidamente garantizada. Si no cuidare esto, dejaría la Iglesia en manos de Lutero.
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