Estamos inmersos en la transición de una civilización industrial, movida por combustibles fósiles y dominada por el capital financiero, a una civilización cibernética movida por energías limpias, potencialmente inagotables e intercomunicada en redes cada vez más complejas y dinámicas. El capital, incluso el financiero, es cada vez más intangible y consiste, sobre todo, en registros digitales que “representan” dinero, oro, máquinas, inmuebles, etcétera. Hoy el valor y la riqueza dependen cada vez más de la información y la inteligencia, materializadas en innovaciones. Quien hoy está excluido de la red, lo está de la civilización planetaria y de sus dinámicos saberes, que se actualizan y multiplican cada minuto.
En este apremiante contexto, la trascendencia de la tarea educativa es tal que, sin soslayar el valor de la educación escolarizada, la que de paso urge poner al día en sus soportes tecnológicos, la educación ha de volverse omnipresente. Por fortuna ya las tecnologías de la información y la comunicación hacen posible llevar la instrucción a todos los ámbitos del quehacer humano. La educación ha de escaparse de las escuelas e invadirlo todo: el hogar, la calle, los centros de trabajo y hasta los espacios de ocio. Toda comunicación y todo intercambio de información abren oportunidades para llevar instrucción (sobre todo valores y destrezas de aprendizaje) a todos los mexicanos, en especial a los menos privilegiados. No se trata de reemplazar a los docentes con computadoras, pizarrones “inteligentes”, netbooks o smartphones. Al contrario, lo que se pretende es potenciar el esfuerzo de maestros y alumnos por igual, permitiéndoles un acceso constante, dinámico y ubicuo al depósito prácticamente infinito de información y saberes constantemente actualizados, que es la red global o internet.
A las nuevas generaciones de “nativos digitales”, que nacieron prácticamente teniendo en la mano un control de juego electrónico en vez de la anticuada sonaja, la información y los modos de conducta que se quedan sólo en el papel, incluidos los libros de texto, les parecen de entrada obsoletos, aburridos, poco estimulantes y (lo que es más relevante) faltos de credibilidad, carentes de autoridad. Si el maestro o el padre de familia les piden leer El Quijote, lo toman con desdén mientras no encuentran en Google referencias a Cervantes y a su obra.
En Chilpancingo, en 1813, el generalísimo José María Morelos dio lectura a los 23 puntos que él mismo llamó Sentimientos de la nación. Ese histórico documento fundacional de la nación mexicana establece que “se dictarán leyes que moderen la opulencia y la indigencia, que por ellas se aumente el salario del pobre, que mejoren sus costumbres, así como el alejamiento de la rapiña e ignorancia”. La tarea de hacer realidad hoy en México esas aspiraciones del Siervo de la Nación pasa por crear, sin más demora, condiciones prácticas para que todos los mexicanos, sin excepción, puedan tener acceso y aprovechar cabalmente el formidable instrumento de productividad, enriquecimiento y educación que es la red global.
Piénsese si acaso será posible cumplir la desiderata de Morelos cuando todavía hoy México sigue plagado por los azotes esclavizadores del hombre, que son el analfabetismo y el analfabetismo funcional. Pero tampoco será posible cumplirla sin un formidable y sostenido esfuerzo nacional, dirigido desde las más altas esferas de los poderes públicos, y apoyado activamente por el consenso de toda la nación, para cerrar la brecha digital. Es decir, para eliminar sin demora los obstáculos físicos, tecnológicos, lingüísticos, culturales, sociales y económicos que todavía impiden a casi 60% de los mexicanos tener acceso sistemática y cotidianamente a la red global. No cerrar esta “brecha digital” equivale a mantener a millones de mexicanos excluidos de los saberes y las destrezas que dan acceso al bienestar y a la riqueza en la nueva civilización cibernética. Urge cerrar la “brecha digital” para eliminar definitivamente la marginación, el estancamiento y, con ellos, el origen profundo de la inseguridad y la violencia.
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