El presidente Calderón no tiene forma de rendir buenas cuentas. Los resultados de su gestión no se lo permiten. El IV Informe de Gobierno dista mucho de su oferta de campaña y de las metas trazadas en el Plan Nacional de Desarrollo 2005-2012. Su discurso carece de sustancia política y visión estratégica, cuando el país enfrenta problemas y desafíos de tal magnitud que, en suma, ponen en riesgo su viabilidad. La idea del Estado fallido no es una entelequia.
La economía no ha logrado superar los efectos de la recesión de los tres años anteriores, mientras la amenaza de un nuevo ciclo recesivo ya gravita sobre ella; las prácticas monopólicas persisten y carecemos de un sistema financiero y una banca comprometidos con el desarrollo, asfixiando así las posibilidades de competencia y crecimiento.
La pobreza se ha incrementado dramáticamente y la política social sigue inmersa en una concepción asistencial lejana a la exigencia de construir un piso mínimo de bienestar vinculado a la formación de capital humano y a la productividad que ofrezca autonomía y sustentabilidad a los grupos más vulnerables.
La educación, la única herramienta efectiva para transformar una realidad anclada en la ignorancia y la exclusión, se mantiene atrapada por una mafia sindical cínica y arrogante.
La espiral de violencia parece no tener fin, como lo reconoce el mismo gobierno y lo muestran cada día las sangrientas imágenes de la guerra contra el narco.
La política interior ha sido errática y contradictoria, lo que ha polarizado el ambiente y dificultado la construcción de acuerdos.
La política exterior administra una agenda limitada frente a la necesidad de promover y defender los intereses de México y los mexicanos con una visión estratégica de largo aliento.
En materia de empleo, la principal bandera de campaña de Calderón, no hay maquillaje que alcance a cubrir el rostro de la desesperanza de millones de personas, jóvenes sin oportunidades reales de ingresar al mundo laboral y adultos sin posibilidades ciertas de reincorporarse a él.
Las prioridades del presidente Calderón, sin embargo, están en otra parte. La primera es producto de una fatalidad, dado el vínculo indisoluble de la suerte de su gobierno a la guerra contra el narco. Así lo decidió desde el inicio de su gobierno sin contar con la estrategia, el soporte institucional y los medios necesarios para enfrentar un problema que, como es evidente, trasciende los terrenos de la seguridad y las armas.
La segunda es una obsesión, producto de su pasión endémica contra el PRI y, por tanto, de la negación a la posibilidad de que este partido vuelva a la Presidencia de la República al término de su mandato. El Presidente es rehén de su peor pesadilla: entregar la banda presidencial a un priista. Y, al parecer, todos sus empeños están dirigidos a evitarla.
No c tu pero a mi me preocupan mas los muertos que la economia del pais
ResponderEliminaroye alex, yo sigo pensando que felipe calderon vive en un sueño llamado mexico 2... pero en verdad que esta bien creido con su realidad alterna, no?
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